domingo, 30 de junio de 2013

Brasil: La Indignación en las Ruas

Las protestas en el Brasil sorprendieron a todo el mundo por lo súbito y desconcertante de sus orígenes. La primera reacción fue de un profundo desconcierto y los analistas no atinaban a descifrar el origen de la indignación. Apenas decantado el proceso podrían sin embargo identificarse algunos de los elementos que eventualmente dan curso al poderoso movimiento de la sociedad civil brasilera. En este articulo planteo algunas hipótesis en torno a los factores sociológicos que dieron origen al proceso.

En principio es bueno notar que la composición de los protestantes muestra algunos datos interesantes. "De las 65.000 personas que se reunieron en Sao Paulo el 17 de junio, un 84% no tenía preferencia partidaria, según una investigación de Datafolha publicada en el diario Folha de Sao Paulo. Quizá por eso muchos gritaban fases como el pueblo ya no necesita partidos políticos. Según la misma encuesta, un 71% de las personas participaba por primera vez de una protesta. La mayoría de ellos tiene entre 26 y 35 años aunque la mitad tiene menos de 25. El 81% se enteróó del acto por Facebook. Casi el 80% tiene un nivel educacional superior (comparado con un 24% del total de la población) y más del 22% son estudiantes. La encuesta también reveló que un 56% protestaba contra el alza en los precios del transporte, un 40% contra la corrupción, el 31% protestaba contra la violencia y la represión de la policía. Un 27%  pedía una mejor calidad en el sistema de trasporte"

Se trata por tanto de un segmento de la sociedad que difícilmente podría asimilarse en plenitud a los estratos más pobres de la sociedad brasilera, no están –excepto en calidad de vándalos- los pobres de las favelas, el lumpen o el proletariado empobrecido y explotado en el típico sentido de la sociedad industrial moderna, son en todo caso estratos de clase media nacida como efecto del desarrollo sostenido que el coloso sudamericano logro en los últimos 20 años.

Aunque la protesta se inicia rechazando el incremento de 0,20 centavos de real al pasaje en transporte público, casi de inmediato la demanda se diluye en un espectro mucho más complejo. Para cuando el gobierno e Dillma Ruseff deroga las disposiciones sobre el incremento, el discurso que se generaba en las calles había cambiado y ampliado el espectro de sus demandas tocando los puntos más sensibles de la realidad brasilera: la corrupción, el descredito de la política y de los partidos, el despilfarro en onerosas inversiones ligadas a la Copa de las Confederaciones, la salud y la educación, rubros echados al olvido. De pronto, la cultura futbolística de la sociedad brasilera había trocado símbolos iconográficos de la sociedad brasilera y la presidente pasó momentos difíciles al inaugurar un partido en el emblemático Maracaná, no solo la abucharan sino que entonaron el himno nacional de espaldas a su presidenta. Probablemente un slogan de las marchas en Rio daba cuenta de la nueva situación, "Perdone las molestias, estamos cambiando el país".

El profesor Juan Arias en un artículo publicado por el periódico EL País de España se hacía algunas preguntas que permiten identificar los contornos del conflicto: "¿Por qué surge ahora un movimiento de protesta como los que ya están casi de vuelta en otros países del mundo, cuando durante diez años Brasil vivió como anestesiado por su éxito compartido y aplaudido mundialmente? ¿Brasil está peor hoy que hace diez años? No, está mejor. Por lo menos es más rico, tiene menos pobres y crecen los millonarios. Es más democrático y menos desigual...¿Por qué salen a la calle a protestar por la subida de precios de los transportes públicos jóvenes que normalmente no usan esos medios porque ya tienen coche, algo impensable hace diez años?¿Por qué protestan estudiantes de familias que hasta hace poco no hubiesen soñado con ver a sus hijos pisar una universidad?¿Por   qué aplaude a los manifestantes la clase media que por vez primera en su vida han podido comprar una nevera, una lavadora, una televisión y hasta una moto o un coche de segunda mano?¿Por qué Brasil, siempre orgulloso de su fútbol, parece estar ahora contra el Mundial, llegando a empañar la inauguración de la Copa de las Confederaciones con una manifestación que produjo heridos, detenciones y miedo en los aficionados que acudían al estadio?¿Por qué esas protestas, incluso violentas, en un país envidiado hasta por Europa y Estados Unidos por su casi nulo desempleo?¿Por qué se protesta en las favelas donde sus habitantes han visto duplicada su renta y recobrada la paz que les había robado el narcotráfico?¿Por qué, de repente, se han levantado en pie de guerra los   indígenas que poseen ya el 13% del territorio nacional y tienen al Supremo siempre al lado de sus reivindicaciones?¿Es que los brasileños son desagradecidos a quiénes les han hecho mejorar? Las respuestas a todas esas preguntas que producen en tantos, empezando por los políticos, una especie de perplejidad y asombro, podrían resumirse en pocas cuestiones.En primer lugar se podría decir que, paradójicamente, la culpa es de quien les dio a los pobres un mínimo de dignidad: una renta no miserable, la posibilidad de tener una cuenta en el banco y acceso al crédito para poder adquirir lo que fue siempre un sueño para ellos (electrodomésticos, una moto o un coche).Quizás la paradoja se deba a eso: al haber colocado a los hijos de los pobres en la escuela, de la que no gozaron sus padres y abuelos; al haber permitido a los jóvenes, a todos, blancos, negros, indígenas, pobres o no, ingresar en la universidad; al haber dado para todos accesos gratuito a la sanidad; al haber librado a los brasileños del complejo antaño de culpa de perros callejeros; al haber conseguido todo aquello que convirtió a Brasil en solo 20 años en un país casi del primer mundo." (El País, 27 de Junio)

Si seguimos el hilo conductor de estas reflexiones llegamos a la misma conclusión del profesor Arias, los Indignados son la nueva clase media brasilera. Habría sin embargo que ampliar la deriva de esta hipótesis y añadir que son las clases medias emergentes acompañadas de una ampliación de las expectativas que el anacrónico Estado brasilero no puede metabolizar ni responder con eficiencia. En las sociedades del primer mundo, la ampliación de las clases medias vino acompañada de una sistemática satisfacción de sus expectativas. De hecho, la indignación en Europa no se produce porque las clases medias producto del desarrollo capitalista de avanzada se sienten frustradas ante la incapacidad estatal de satisfacer sus expectativas. A las clases medias europeas se les brindaba de sobra todo lo que su propio ascenso requería, educación de calidad, salud de calidad, transporte adecuado, transparencia en la gestión pública, bajos niveles de corrupción e impunidad, acceso al crédito, bajas tasas de interés, etc. a ellos no los llevó a las calles el sentimiento de la frustración que eventualmente amenazaba su nuevo status, sino, más bien, la supresión de los mecanismos económicos y sociales que ya cubrían esas expectativas. En un caso, la protesta nace de la imposibilidad de realizar los sueños que comporta una clase ascendente, en el otro, el miedo que produce perderlos, en síntesis, lo del Brasil habla de una anomalía en el espectro de las expectativas insatisfechas que el propio desarrollo de las clases sociales produce: a mayor desarrollo de una clase, mayores expectativas sociales, económicas, politices y culturales.

Un tercer elemento (a más del desarrollo de la clase media y la ampliación insatisfecha de sus expectativas) radicaría en la magnitud de la desigualdad socioeconómica que caracteriza ese país. Las estadísticas de NN.UU. muestran que el 10% de la población brasilera absorbe el 50.6% del Producto interno bruto y solo 0.8% de la riqueza producida por el país se queda en los estratos más pobres. El índice de Gini, que mide la desigualdad social le da un coeficiente de 0,56, por encima de Chile, Argentina, Perú, Panamá y Ecuador, obviamente peor a cualquier país desarrollado, (el índice mide en una escala en que 0 es desigualdad nula, y 1 desigualdad máxima)  a lo que debe agregarse que es uno de los países más caros del mundo. Varios índices internacionales lo catalogan como  más caro que EE.UU. Holanda, Suecia, Suiza, Australia, Alemania, casi el doble de la zona euro.

De esto se desprende que al acenso de una clase media munida de una lectura mucho más amplia de su propia realidad, años luz de lo que podían haber imaginado sus padres hace apenas 20 años atrás, hay que agregarle una creciente insatisfacción de sus expectativas en un país carísimo y terriblemente desigual.

Un cuarto elemento, incisivamente presente en la protesta de los Indignados está marcado por la impunidad y la corrupción. La corrupción es el detonante de fondo, su onda expansiva  creó a lo largo de los últimos 15 años las condiciones de la indignación. Una clase política corrupta que ha logrado escamotarle al pueblo brasilero cifras extraordinarias en beneficio propio y de una burguesía secante forma el transfondo de la situación que analizamos.

De lo expuesto se concluye a título de hipótesis sociológicas, que la crisis del Brasil está condicionada por cuatro elementos sociológicos centrales: 1) El ascenso de una clase media producto del propio desarrollo capitalista del país. 2) Una revolución explosiva de los imaginarios sociales expresado en una ampliación de las expectativas que el Estado brasileño no puede cubrir eficientemente produciendo niveles acumulativos de frustración 3) Un altísimo nivel de desigualdad social que amplía la brecha entre podres y ricos acicateada por un índice de precios carísimo y, finalmente,  4) una corrupción crónica que avanza a la par de una impunidad inaceptable, por lo general asociada a los partidos políticos, la poderosa burguesía brasilera y la clase política local.

Bajo estas condiciones es posible comprender de mejor manera la indignación de la sociedad brasilera, empero, no es una crisis más del desarrollo del capitalismo local, es una crisis que hace a los fundamentos de la sociedad brasilera al punto de producir negaciones impensables en la cultura ciudadana (como la que, para sorpresa de todos el mundo, le da la espalda a la Copa de las Confederaciones, al futbol,  icono de su orgullo nacional). Se trata de una crisis de fundamentos que exige una reconstrucción de la estructura social, económica, política y cultural del Coloso de América, un estado de cosas que además, con cierta franquicia, podría derivar en una Primavera Latinoamericana al estilo del Medio Oriente.