miércoles, 19 de agosto de 2015

El Fetiche de la Representación

Una práctica común en los medios políticos radica en que todas las determinaciones que se tomen se las hace en nombre del pueblo. Independientemente de la línea ideológica que profesa un gobierno, lo que se haga es indefectiblemente en nombre de los ciudadanos que, al menos teóricamente, están representados en la persona del mandatario. En resumidas cuentas, se sostiene que el Estado moderno subsume al ciudadano en la categoría de la representación; todos, idealmente, estamos representados. La teoría clásica en torno a este fenómeno la dio Hobbes para quien la construcción estatal de la modernidad suponía la renuncia individual de los derechos y la transferencia de estos al Estado. El Estado administraba mis derechos en nombre de la comunidad, esto es posible en gran medida porque el Estado es una construcción arbitraria, no natural, es el producto de una convención social en aras de establecer un sistema de convivencia que garantice la paz y el imperio de la justicia. El desarrollo moderno del término (representación) asumió varias formas, Sartori sostiene que en realidad la representación pone en movimiento un complejo juego de similitudes, de manera que el representante es de alguna forma un símil del pueblo. Para otros, la representación es meramente un acto simbólico en el cual no encontraremos ni la delegación de mis derechos ni la similitud entre los gobernados y el gobernante, se suma a ello que el acto de representación es histórico, y lo que ayer se aceptaba como tal hoy puede ser totalmente insuficiente.
En torno a esta temática y desde la perspectiva nacional, la primera pregunta que parece surgir de forma espontánea es cómo pueden representarse en el Estado de una nación, 36 naciones diferentes. Si consideramos que en el planeta conviven cerca de 15.000 etnias, parece natural que Bolivia no sea el único caso en que variadas etnias y culturas ocupen el mismo espacio estatal, de hecho existen muy pocos Estados modernos que no contengan una amplia diversidad étnico-cultural, es la norma, la excepción es ver un Estado mono-étnico, lo que no constituye un inconveniente en virtud de que la instancia de representación no es el Estado, sino el Gobierno. Son los gobiernos los que asumen la representación de la sociedad, o de una parte de ella. Por otro lado, debe considerarse que la representación política es un acto arbitrario, decidido unilateralmente por el eventual encargado de comandar la nave del Estado, éste decide en última instancia a quién o quiénes representar y a quién o quiénes excluir del acto de representación.  Ante esta terrible posibilidad se arguye que quien gobierna es la expresión de su pueblo y en consecuencia el que gobierna representa a todos los gobernados. Tal situación es posible cuando la estructura de representación da cabida a todos, es decir, cuando la representación se instala como una expresión democrática; sólo y únicamente si la forma de gobierno es verazmente democrática la representación "contiene” a todos los actores sociales, políticos, económicos y culturales de una comunidad en un momento determinado de su historia; fuera de un esquema democrático la representación es una farsa melodramática.
 La experiencia histórica muestra que la representatividad de un mandatario, al margen de una estructura verdaderamente democrática, sólo busca la eliminación de un conjunto de sujetos históricos (etnias, clases, segmentos etc.) y la imposición forzosa y manipulada de unos cuyo fin es la hegemonía en todas sus dimensiones. Al poner a todos en el "mismo saco”, se adueña de las particularidades de los que consideran diferentes e impone así un horizonte etnocéntrico. Se gobierna en nombre de todos, pero desde el horizonte de los suyos.
Finalmente, una diferencia necesaria para comprender el fenómeno de la representación anida en el concepto hegeliano de "reconocimiento”, ampliamente utilizado por Fukuyama. Este último sostiene que con bastante frecuencia la sociedad "reconoce” a un líder, a una institución, a un partido etc., sin que esto suponga otorgarle el derecho a representarlos.  En el caso boliviano, se arguye que Evo Morales, al asumir el poder con el 64% de la voluntad ciudadana representa a "todos” los bolivianos, empero, lo que en realidad obtuvo con esa incuestionable victoria electoral es el "reconocimiento” de una situación insostenible frente a la cual Morales Ayma se impone como la solución posible. Una buena parte de los bolivianos reconocimos en él la salida a un estado de cosas insostenible en todos los frentes (económico, político, cultural, estatal etc.). Ese dramático reconocimiento que en palabras de Fukuyama "es el origen de la tiranía, el imperialismo y el deseo de dominar” no tiene nada que ver con la posibilidad de representación genuina de la que tanto se jacta el partido de gobierno, de lo único que habla es de lo equivocados que estábamos.
Dicho todo lo anterior, se entiende que en el caso boliviano se trata de la construcción política de un fetiche. Así como Marx estableció la naturaleza fantasmagórica del "fetiche de las mercancías”, objetos que encubren las relaciones de explotación que les dio origen, el "fetiche de la representación” encubre las relaciones étnicas que dominan el Estado aymara-etnocéntrico actual. El Fetiche de la representación del que hablamos, encubre la naturaleza racista que le da contenido histórico al gobierno del MAS. La apelación a lo "pluri” es en este sentido la expresión final de una argucia detrás de la cual se campea el fantasma de la discriminación y la segregación racial afincada en el Poder del Estado.