domingo, 4 de diciembre de 2022

 La Protesta Social

En la historia contemporánea de nuestro país, pocas veces hemos visto que la ciudadanía decida mantener por tanto tiempo un paro que a claras luces complotaba contra su bienestar, es más, que su persistencia y decisión se incrementara a medida que la protesta se extendía. Se ha atribuido este fenómeno a la conciencia cívica y ciudadana de la población cruceña, y esto es sin duda cierto, pero en realidad expresa mucho más que la mera conciencia de los derechos y las necesidades que experimenta el departamento, en realidad, se presenta como una forma particular de los fenómenos de protesta social que desde mediados del siglo pasado surgieron casi en todos los países de occidente. En el fondo, muestra a su manera el agotamiento de las formas de representación y participación política que, hasta finales del siglo XX se mostraban dominantes.

La protesta social se ha extendido por todo el planeta. Un estudio realizado por la Friedrich Ebert Stiftung y la Iniciativa para el Diálogo de Políticas (IPD) y algunasr universidades norteamericanas a lo largo y ancho del planeta durante el 2006 al 2020, mostró que en todo el mundo los ciudadanos protestaron más que en ninguna época pasada, en todos los casos, (independientemente de la razón que hubiera servido de detonante) la razón última era “una mejor democracia” y “justicia social”, o lo que se ha dado en llamar una “democracia más real”.

Más allá del problema que diera inicio a grandes movilizaciones sociales como las que vimos en Chile el año pasado, que se iniciaron ante el descontento social por el incremento de los pasajes en el metro de Santiago, o las que sacudieron Zinbabue por el aumento del precio de la gasolina, o Argelia contra el quinto mandato de Buteflika, o Haití por la renuncia de Jovel Moise, o Hong Kong contra la Ley de Extradición, o las de las valientes mujeres iraníes motivado por el asesinato de Masha Amini y la negativa a utilizar el velo (hiyab) que ordena la tradición religiosa musulmana, o la boliviana por la aprobación de una Ley por la ejecución oportuna del censo, cualquiera de estas razones para protestar está motivada en realidad por la certidumbre de que vivimos la crisis de representación y de participación social más profunda en la historia del capitalismo, la modernidad y occidente. Los ciudadanos no se sienten parte de la dinámica del Poder, y perciben que ésta se ejecuta entre corredores secretos, convenios y arreglos furtivos en un ambiente de corrupción, inequidad y desprecio por sus derechos.

Bolivia no es la excepción, lo que distingue el caso boliviano es que la protesta encontró en la ciudadanía cruceña un escenario de conciencia cívica y democrática irreductible. No se trataba solo de la fecha del censo, en realidad lo que puso en el tapete es la vigencia de un modelo de Estado que, desde mediados del siglo pasado, a título de democracia fue cerrando los mecanismos de representación y participación en el Poder de las nuevas fuerzas sociales (particularmente femeninas) bajo un sistema obsoleto. Es en realidad un ajuste de cuentas con un modelo democrático que ya no responde a las nuevas condiciones sociales, económicas políticas y culturales del país. El movimiento por el censo decretó el final de un paradigma que se inició a mediados del siglo XX, atravesó una serie de ciclos y transformación y concluyó en una expresión indigenista y autoritaria bajo el mando de Evo Morales y el MAS.

La crisis global de la democracia está signada por profundos cambios en la esfera social. El mundo que se dividía entre obreros y burgueses, entre izquierdas y derechas y entre ideologías progresistas y conservadoras ya no es el de los ciudadanos del siglo XXI. No es el de las amas de casa, ni el de los miembros LGBT, ni el de los campesinos urbanos y menos de la nueva “burguesía popular”, madre histórica de un “capitalismo popular” que mueve economías informales inmensamente poderosas. Esos nuevos actores de la historia expresaron, en el caso boliviano, a propósito de la fecha del censo, la certeza de que la democracia tal como la vivimos se ha agotado, que lo que conocemos como “el periodo democrático” (1982-2006) hizo, con luces y sombras, lo que tenía que hacer y ahora debe dar paso a una democracia ciudadana capaz de transformar la realidad nacional en un horizonte más inclusivo, más equitativo y más justo. En el fondo, lo que estamos pidiendo es una democracia más “real” porque la historia reciente nos ha dejado claro que las dictaduras disfrazadas de democracia son falsas.

 

 


sábado, 26 de noviembre de 2022

 EL EXPERIMENTO PLURINACIONAL

Cuando la noche del 24 de noviembre los diputados de la Comisión de Constitución de la Cámara Baja empezaron a revisar el proyecto de Ley que fijaba la fecha de las elecciones para el 2025, la distribución de los recursos de coparticipación, y la redistribución de escaños y circunscripciones electorales emergente del nuevo mapa demográfico producto de los resultados censales, un profundo temor invadió la representación masista. Entre inútiles y graciosos argumentos quedó claro que no tenían salida. Debían votar a favor de la Ley y sus dos prescripciones o enfrentar la furia de la ciudadanía que en Santa Cruz tenía ya cerca de un mes de paro con más de 1000 millones de pérdida.

En la hermenéutica impuesta por Evo Morales y el MAS, la representación campesina es superior a la urbana, resulta que las minorías rurales están mejor representadas en el Poder Político que las mayorías urbanas, que a la sazón constituyen más del 70% de la población nacional frente a un 26% que se reconoce como indígena según el INE. Los resultados derivarán (después del censo) en la recomposición de las cámaras, es decir, los campesinos-indígenas-originarios dejarán de ser mayoría parlamentaria, el MAS no tendrá mayoría y menos aún dos tercios y el país estará representado en sus proporciones correctas.

El pánico se apoderó de la fracción evista porque una situación de esa naturaleza dejó claro que el Estado Plurinacional, concebido como una sociedad mayoritariamente indígena, era una construcción ficticia que el MAS instaló mediáticamente e ideológicamente para imponer un régimen basado en preceptos y concepciones de raza. Como las mentiras tienen patas cortas, a la hora de votar la Ley llegó el momento de afrontar la realidad: el Estado Plurinacional que imaginaban bajo la hegemonía indígena-originario-campesina no pasó de ser un experimento fallido, en las calles y en el propio Congreso estaban ciudadanos citadinos clase media, mestizos, empresarios, emprendedores, la burguesía aimara, las clase media y lumpen, y como sucede en todo el planeta,  todos querían un capitalismo popular más justo, más equitativo y menos racista.

En ese dramático momento que requirió varios “cuartos intermedios” e intensas negociaciones intra-MAS, en realidad lo que se discutía es si eran capaces de asumir la realidad de un país multicultural en el concertó de la modernidad, bajo el prisma del capitalismo y el protagonismo del ciudadano común situado más allá de las clases sociales, de las etnias y de las razas, y la emergencia del ciudadano como el nuevo interlocutor frente al Estado, en otras palabras, lo que estaba en mesa era el reconocimiento del fracaso del experimento plurinacional y el fin de una quimera a la que le dieron el nombre de Estado Plurinacional.

 

 

 

 

 

martes, 22 de noviembre de 2022

 Crisis de Estado y transición política

Cuando los hombres de Heliodoro Camacho decidieron dar batalla, en la Revolución Liberal de 1899, Bolivia atravesaba un momento en que debía decidirse si se mantenía en el horizonte de una monarquía feudal pese a su condición de República independiente bajo los preceptos liberales que proclamaba la clase dominante, o si se transformaba el país en una perspectiva democrática y liberal. Ellos impusieron su visión de la historia, les ganaron la guerra a los conservadores y gobernaron 20 años. No fue por cierto la democracia que profesaban, pero el país había superado una infinidad de resabios coloniales dejados por la larga dependencia al Reino de España.

Cuando los nacionalistas se lanzaron a las calles en 1952 y le arrancaron en una cruenta sublevación popular el gobierno a la oligarquía minero feudal en manos de los varones del estaño, Bolivia abandonó los espejismos feudales en que los potentados mineros y terratenientes la habían mantenido en beneficio propio. La Revolución instaló el país en el siglo XX, la modernidad y el capitalismo de avanzada.

Que tienen en común estos dos eventos que explican en gran parte la historia contemporánea de Bolivia: Uno, que ambos son momentos de inflexión histórica, ambos cambian irreversiblemente el destino de la nación. Dos, ambos suponen una superación dialéctica, con sus sombras y sus luces lograron que la historia nacional avanzara y que la sociedad boliviana cambiara para mejor. Tres, su ascenso al poder devino tras un doloroso parto histórico, una transición complicada, y en ambos casos sangrienta, y finalmente cuatro; ambos fueron la resultante de la descomposición progresiva del Estado y de sus preceptos ideológicos y prácticos.

Salvando las distancias propias de cada momento histórico, ambos procesos expresaban el desgaste total de sus postulados, ambos hicieron lo que se habían propuesto, cumplieron, unas veces bien otras mal, unas veces con éxito otras fracasaron, pero hicieron lo que tenían que hacer y entraron en un agudo proceso de descomposición política y social. Sus fundamentos ideológicos se agotaron, sus protagonistas pasaron de un discurso progresista a uno conservador, los actores se renovaron portando nuevas lecturas y propuestas renovadas.

Eso es lo que vivimos en este momento, una descomposición acelerada del modelo engendrado por el Nacionalismo Revolucionario que en su fase final adoptó un cariz indigenista con el MAS y Evo Morales. Experimentamos una transición del Estado del 52 a un Estado Ciudadano, del Poder Popular al Poder ciudadano, de la vigencia de los actores populares a la emergencia de los actores ciudadanos, de lo nacional-popular a lo democrático-ciudadano. No se trata por tanto que el MAS hizo crisis simplemente porque la ambición de Poder de su caudillo histórico no tiene límites, eso es cierto, pero es una consecuencia del agotamiento del proyecto masista, que no es más que el final del proyecto nacionalista revolucionario. La crisis del MAS expresa la crisis del Estado iniciado en 1952.

Tampoco se trata de que los partidos de oposición son una juntucha de incapaces, al contrario, son la expresión más clara de un momento de transición en la que su rol es encontrar el curso definitivo que tomará la historia después del Estado del 52, Habida cuenta de que son la expresión de los nuevos sujetos en el concierto de la democracia boliviana; la ciudadanía

Lo que vivimos no es un mal momento en la política nacional., repleta de malos momentos, es una crisis estatal que afectará todos los componentes y dimensiones de la realidad política, económica, social y cultural de Bolivia. Estamos en consecuencia, en un momento crucial en que la sociedad y los nuevos actores pretenden instalar una nueva forma de Estado, una nueva lectura de la realidad mejor incorporada en la modernidad, una nueva sociedad habilitada para asumir los desafíos del siglo XXI.

 

 

 

 

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

 Mirando el Futuro

La mayor parte de los jóvenes que hoy bordean los 40 años de edad experimentaron dos momentos de la vida política nacional: la democracia de 1982 al 2006 en que el MAS toma el poder, y de ahí en adelante un progresivo deterioro de todas las formas e instituciones que hacen a un Estado de Derecho. La democracia hizo crisis con la crisis de los partidos y el MAS le dio el tiro de gracia, pulverizó el sistema político republicano, le cambió el nombre al país y pretende reescribir la historia.

Cuando los efectos de la salida de Evo Morales se empezaron a sentir, la ciudadanía daba por sentado que la oposición se uniría y que unida evitaría el retorno del partido que había diezmado la institucionalidad democrática, corrompido los Poderes del Estado y dilapidado el mayor contingente de recursos en toda la historia del país, pero no sucedió así, no se unieron, no nos representaron, no escucharon al ciudadano de a pie y finalmente tenemos lo que tenemos. Si vemos las cosas sin pasiones de por medio no podríamos asegurar que no pusieron de su parte, probablemente lo hicieron, pero cientos de factores de orden institucional, personal, grupal, intereses corporativos, empresariales, ideológicos, religiosos, etc. se cruzaron en el camino. Lo único que faltó, es leer el país desde otra perspectiva, comprenderlo a partir no de los grandes discursos, sino, hacer política a partir del ciudadano de a pie. Ahora ya no sirve llorar sobre leche derramada, lo apropiado es esforzarnos en comprender este país desde nuevos paradigmas.

Particularmente pienso que el Estado está en crisis. No tenemos un estado plurinacional fallido, tenemos una Crisis de Estado, esto en cristiano significa que el Estado y el gobierno con todos sus aparatos de poder (ministerios, policía, FF.AA. Poder judicial, Poder legislativo, Poder ejecutivo etc.) ya no responden a las demandas de la sociedad, ya no la leen ni la entienden. Unos se refugian en los mitos, lo ancestral, la tradición, las culturas con derecho de exclusividad, esos son los que pasaron de progresistas a simples conservadores. Otros no encuentran nada que pudiera, creativa e imaginativamente, sustituir la democracia reconstruida a finales del siglo pasado, hace casi un cuarto de siglo atrás. Leen el país como lo leía la UDP, Hernán Siles Zuazo o Jaime Paz Zamora.

En ambos bandos las ideologías políticas que les daban vida ya perecieron. El mundo entero experimentó desde la caída del socialismo real el fin de las ideologías. Esto no lo pueden comprender, como no pueden comprender que en la actualidad se realizan en todo el mundo: 1.024 llamadas por Skype, 3.935 Tweets, 33.333 búsquedas de Google, 52.083 Me Gusta en Facebook y 1.666.666 correos electrónicos” por segundo. En el mismo lapso, se suben 463 fotos a Instagram y 11.574 archivos a Dropbox, y se miran 46.333 videos en YouTube, o sea, 166 millones 798 mil 800 videos por hora.(infobae.com). No hay forma de que un joven actual se parezca cognitiva, política y culturalmente a uno de hace apenas 30 años atrás. Los tiempos han cambiado como nunca en la historia de la humanidad.

 

Los conservadores creen que estos inmensos saltos tecnológicos son atentados al mundo de las virginales divinidades que rigen el universo, los demócratas del siglo pasado creen que son nuevos dispositivos que facilitan o complican la vida; ninguno ha comprendido que son los signos de un nuevo tiempo. Son los íconos epocales de la postmodernidad.

 

El problema para nuestros políticos es que no terminan de comprender que vivimos una época diferente, que el MAS con Evo Morales cerro un ciclo y que estamos en otro, el del ciudadano; el de las identidades diversas.

 

Somos testigos de un proceso de transición en que se enfrentan las fuerzas más conservadoras y retrógradas y las nuevas fuerzas ciudadanas, sin partido, sin ideología, sin mandos verticales, sin caudillos, fuertes solo y exclusivamente por el poder de su ciudadanía. Vivimos un momento histórico en que el futuro se disputa entre dos versiones: la democracia ciudadana (que no es lo mismo que la democracia liberal) y la dictadura caudillista y etnitizada aferrada al pasado y sus caudillos nativos. Esto es, creo yo, lo primero que deben comprender y asimilar las nuevas fuerzas políticas, porque de lo contrario se moverán en el pasado y perderemos el futuro.

domingo, 6 de noviembre de 2022

                                                                  El Ancien Régime

                                              


Hace no más de 20 años atrás, la convulsión que sacude el país habría determinado una probable violenta caída del presidente, eso no va a pasar, Arce Catacora con toda su mediocridad a cuestas gobernará este país hasta el 2025, y el único que realmente intentaría una asonada antidemocrática orientada a tumbarlo sería su propio correligionario y jefe Evo Morales. Las cosas han cambiado. En julio del 2021 publiqué un pequeño libro sobre el Fin de un Ciclo y el Futuro de la Democracia, y meses después un libro sobre los Nuevos Movimientos sociales y el Poder Ciudadano, los traigo a colación porque sus principales tesis se han verificado, y me siento con la fortaleza intelectual de decir a mis lectores que ya no me quepa duda que Bolivia vive un momento de inflexión histórica, producto del fin del Estado inaugurado por el nacionalismo revolucionario en 1952, y la necesidad desesperada de encontrar una nueva forma de organización política y social, expresada dramáticamente en el actual conflicto. ¿Qué es entonces lo que expresa la actual protesta ciudadana?

Resulta hasta cierto punto inédito que el país entero se convulsione por la fecha de un censo, y aunque el momento del censo tiene consecuencias importantísimas, no deja de ser paradójico, quizá en otros tiempos ver miles de ciudadanos en las calles en una legítima protesta, observar la respuesta genocida del Estado con sus cercos criminales, organizar cabildos con miles de empleados públicos forzados, cooptar la policía en una afrenta directa al ciudadano y declarar enemigo del gobierno al pueblo hubieran producido una abrupta caída del gobernante. Eso no va a pasar en la medida en que lo que en realidad se busca es una reingeniería del Poder, un replanteo verás de las formas y mecanismos de representación social y de participación ciudadana, no se trata en consecuencia de derrocar un gobierno, se trata de encontrar un “modelo” estatal en el que los principales actores ya no sol los obreros, los campesinos o las clases medias entendidas bajo el esquema de la izquierda ortodoxa (y de hecho caduca) sino en el horizonte de la ciudadanía, y la forma de lucha del ciudadano moderno es la protesta pacífica, sin golpes ni caídas, sin la cuota de sangre que exigía la teoría marxista, sin el trauma irreversible. Vivimos un momento de inflexión en la búsqueda de un nuevo país en el concierto de la modernidad capitalista, por cierto, universalmente victoriosa.

Esto tiene sus propios bemoles. Cuando se trata de un movimiento de la sociedad como un todo, las formas de protesta adoptan las más variadas modalidades, bloqueos, plantones, marchas, uso intensivo de las redes, solidaridad ciudadana internacionalizada etc. Sus actores ya no son los mismos, no requieren de grandes líderes versados, ni de partidos poderosos, ni de ideologías elaboradas, posee la fuerza de sus derechos ciudadanos irrenunciables, la convicción de su propio poder ciudadano y la metodología de la espontaneidad. Como respuesta, el ancien régime pretende neutralizar la protesta con las viejas formas de represión, los discursos de la postverdad y el uso de la fuerza bruta. Sus raíces autoritarias solo le permiten aferrarse a las formas más prosaicas de defensa, como ser la violencia de sus grupos de choque, el amedrentamiento, la judialización de la política, el descredito, el insulto, la vejación; cero racionalidad. Esta pérdida del horizonte político termina develando su propia mediocridad, su pequeñez histórica y su naturaleza conservadora aferrada al pasado ante la imposibilidad de leer el presente y proyectarse al futuro, sin embargo, así como el 21F marcó el principio del fin de su liderazgo egocéntrico y de su narrativa etnocéntrica aimara, este conflicto marca el fin de sus posibilidades políticas futuras.

Bajo estas condiciones el conflicto por la fecha del censo ha detonado una crisis interna entre las fracciones masistas. No es que la crisis interna del MAS se proyecte en la coyuntura nacional, es a la inversa, es que la crisis estatal nacional se proyecta en su interior, y probablemente los más sensibles a las transformaciones históricas que ha experimentado el país en el siglo XXI, perciban que, si no cambian, sus propios errores los llevarán al basurero de la historia. Tal vez entiendan que no es un Comité Cívico, un partido de oposición, una entidad académica o alguna otra institución ciudadana la que precipite su fin político, sino, la mediocridad que poseen en comprender el signo de estos tiempos, las fuerzas que lo mueven y sus proyecciones postmodernas.

lunes, 10 de octubre de 2022

 

SOBRE LA DEMOCRACIA LIBERAL, LA POPULAR Y LA CIUDADANA

Protestas en La Paz 2019

A propósito del 40 aniversario de la reconquista democrática intenté lograr una definición de democracia que, obviando todo aspecto académico, diera cuenta de la situación nacional. Resultó que pensando en todo el inmenso cúmulo de transgresiones, abusos y desconocimiento de las normas básicas de la democracia formal, era imposible definir el régimen que nos gobierna desde el 2006 como democracia. Frente a esta constatación, en la otra cara de la medalla resultaba difícil aseverar que se trataba de una dictadura, pensada en los términos en que los bolivianos estábamos acostumbrados a sufrirlas. No era democracia y tampoco era dictadura. Una organización internacional califica estos regímenes híbridos como “autoritarismos electorales” denotando su carácter autoritario como producto de una decisión ciudadana en las urnas. Obviamente nadie vota por una dictadura, lo que sucede es que vota por un partido aparentemente democrático que resulta autoritario o dictatorial. El voto ciudadano de alguna manera legitima su estadía en el Poder, aunque no pensemos así el momento de emitir el voto.

La cuestión es sin duda más compleja, porque estas dictaduras encubiertas suelen tomar decisiones altamente democráticas, y aunque las explotan en términos propagandísticos las aplican de manera apropiada. En las democracias liberales sucede algo similar, suelen tomar decisiones totalmente autoritarias en nombre de su legitimidad política. Estas alteraciones las hemos empezado a experimentar de forma palpable una vez asumido el Poder el MAS, hasta antes, la utilización ecléctica de las reglas democráticas, en las democracias liberales hacia parte del juego de fuerzas alianzas y pactos que comporta toda democracia liberal y representativa.

Basado en estas reflexiones llegué a la conclusión de que la democracia liberal no es una panacea de virtudes, menos aún la popular. Sucede que ambas formas las viví en carne propia (esa es la ventaja de mi generación) y me percaté, por la simple comparación de que el error en mi apreciación estribaba en pensar en dos formas democráticas que ya no corresponden a la sociedad actual. La liberal correspondía a ese modelo social en que las clases pactaban un conjunto de políticas públicas y económicas en la perspectiva de un bien común, independientemente de quienes conformaran la sociedad y a quienes realmente favorecían. La popular correspondía a ese estilo de apreciar la sociedad en la que predomina una conciencia popular, fuertemente afincada en el sufrimiento de los más pobres y de los excluidos. Ambas eran perspectivas en su momento correctas (dependiendo obviamente de las coyunturas históricas), sucede que la sociedad boliviana ha excedido esas formas democráticas. Como en casi todo el mundo occidental inserto en la modernidad capitalista, vive el momento de la ciudadanía que ha puesto en el escenario sujetos históricos nacidos de las identidades y no de las clases, de la cotidianidad y no de las ideologías, en consecuencia, nuestras dificultades de definir adecuadamente un momento en que no sabemos qué tan democráticas son las dictaduras, o que tan dictatoriales se vuelven las democracias, proviene de una incorrecta apreciación del estado de la sociedad y de sus nuevos actores.

Vivimos el momento de la emergencia de las identidades, las interpretaciones basadas en las clases y la lucha de clases son obsoletas, la globalización, los medios de circulación de los saberes a través del internet, la mundialización de las culturas etc. las condenaron al olvido, no quiere decir que no existen, claro que sí, pero ya no son el motor de la historia como en tiempos de Marx. Tampoco es el tiempo victorioso de las burguesías locales, de las transnacionales que hicieron de las suyas en el periodo neoliberal, es el tiempo de la democracia ciudadana, y el poder que ejerce en las calles fluye dela cotidianidad, de la necesidad de una mayor participación y una mayor representación como identidades en la estructura del Poder. Como diría un teórico sobre todo esto, hoy la sociedad civil ocupa el punto medio entre el Poder del Estado y el Poder del capital.

Si la hipótesis es cierta, la única manera de encontrar una solución a las contradicciones que supone pensar la sociedad en términos de democracia liberal o de democracia popular, es reconocer que la única democracia que el ciudadano de a pie espera, es aquella en que sus expectativas cotidianas, sus frustraciones ciudadanas y sus aspiraciones personales puedan hacer parte de un juego democrático, más inclusivo, más plural y en consecuencia más real. Eso es exactamente lo que encontró el estudio mundial sobre las protestas, la conclusión fue que hoy la gente protesta más, se expresa más, y lo que en realidad demanda es una democracia “más real”, más democracia a partir de su propia cotidianidad.

Se trata pues de imaginar una democracia más allá de la liberal y más allá de la popular. Una democracia capaz de representar al ciudadano común, con sus expectativas y esperanzas que muy frecuentemente están ausentes de los grandes discursos políticos. Se trata de reconocer el fin de los grandes discursos ideológicos y las organizaciones (como los partidos clásicos) que las portaban. Se trata de organizar partidos ciudadanos capaces de transferir al Poder las pequeñas demandas que hacen parte de su cotidianidad, de su bienestar y su esperanza.

 

lunes, 3 de octubre de 2022

 

Un cabildo ciudadano


Cuando el MAS decidió suspender su contra-marcha frente al cabildo del 30 de septiembre, quedó claro que la percepción generalizada indicaba que la convocatoria de la Comisión Interinstitucional y el Comité Cívico gozaban del apoyo ciudadano, ciertamente el MAS no lograría reunir un millón y medio de ciudadanos ni vaciando las arcas del fisco.

La apreciación meramente numérica, empero, no da cuenta de la magnitud del fenómeno. Primero porque la asistencia fue voluntaria y en consecuencia denota una conciencia democrática orientada a defender sus intereses como sociedad, y segundo, porque lo que entendemos por “conciencia democrática” nos señala una asimilación a los parámetros de la modernidad que distinguen la sociedad cruceña. En otras palabras, solo cuando los miembros de una sociedad asimilaron su condición de ciudadanos libres, es cuando la modernidad ha transformado a los actores y los constituye en agentes de cambio. Eso, sin duda, contrasta de manera frontal con la visión pachamamista (casi mítica) que subyace las visiones de Poder del MAS. Lo que el cabildo mostró, más allá de los números, es un nivel de ciudadanía propia de la modernidad de occidente.

¿Qué significa una ciudadanía moderna en el contexto histórico nacional? En primer término, la certeza de que el Poder instituido debe someterse a la voluntad del pueblo no solo de manera discursiva (hoy sobran los grandes discursos) sino de una manera real, transparente, eficiente y objetiva, y en segunda instancia, que por muy poderoso que se crea el caudillo jamás podrá vencer la voluntad ciudadana.

Hace dos décadas atrás para que un partido, una institución o cualquier organización civil pudiera generar una respuesta como la que vimos en el cabildo, se requería que el andamiaje ideológico sea capaz de seducir la voluntad ciudadana al punto de generar comportamientos reales, fidelidad a los dogmas, obediencia a los instructivos, absoluta sumisión a los preceptos ideológicos. Así funcionaba el marxismo, el nacionalismo y el liberalismo desde el siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Hoy las cosas han cambiado, los ciudadanos no necesitan credos ideológicos, no requieren de “aparatos” capaces de generar consignas, no necesitan caudillos, tienen cierta aversión a los liderazgos prefabricados y detestan las ideologías que funcionan como una coraza de fuerza que aprisiona el pensamiento crítico y que secuestra el pensamiento libre, les basta su propia libertad.

No solamente es que los ciudadanos acuden a una protesta porque requieren parámetros actualizados para la distribución de recursos económicos, de curules y de presencia en las instancias gubernamentales, es mucho más que eso, es la constatación empírica de que la dinámica de su accionar y su presencia en el devenir histórico funciona en dimensiones en las que las clases sociales (burguesía, proletariado, pequeña burguesía) que constituyeron el núcleo de las interpretaciones y las estrategias pasadas ya no funcionan para comprender los tiempos actuales. Hoy en día las clases, las ideologías, los partidos enchapados en el siglo XX son piezas obsoletas que no logran comprender cómo más de un millón de ciudadanos protestan sin más consigna que la conciencia clara de que tienen derechos inalienables e innegociables.

El problema del MAS es que no ha comprendido que la historia avanza y nunca retrocede, que los tiempos han cambiado incluso por efecto de la “década de oro” en que el dinero llegaba a borbotones, que vivimos una sociedad ciudadana más allá de las razas y las etnias y los mitos y ese afán desmedido por negar la historia nacional que, finalmente los está enterrando, y que no hay nada más poderoso que la conciencia ciudadana. El cabildo fue eso, la emergencia pragmática de una conciencia propia de la modernidad que, independientemente de su objetivo estratégico (el censo) es la más clara evidencia de que quien quiere gobernar este país debe pensarlo diferente, debe alinearlo en el siglo XXI, debe asimilar las pulsiones de la postmodernidad y el post-capitalismo, en suma, debe ser un ciudadano libre en plenitud.

 

domingo, 25 de septiembre de 2022

 

Dimensiones sociológicas del censo             

El conflicto por la realización del censo de población y vivienda más allá de las variaciones demográficas, tiene sin duda una fundamentación económica vital para el desarrollo de los departamentos. Como todos sabemos, sus ingresos están determinados por el volumen de su población, en consecuencia, cuantos más ciudadanos habitan un determinado territorio mayor deberá ser su participación en la distribución de los recursos económicos que maneja el Estado como entidad centralizadora, sin embargo, un censo es mucho más que esto, porque lo que en realidad produce es un vasto conjunto de información y datos que permiten “imaginar” cuál es el estado de la sociedad en su conjunto. El censo nos facilita comprender que fuerzas sociales están actuando sobre la realidad, como se componen, que tipo de pulsiones pueden emerger de ellas, cuáles son los “elementos” antagónicos, cuáles sus expectativas y que tipo de soluciones podrían encontrarse una vez conocida esa compleja relación de elementos objetivos y subjetivos contenidos en los datos finales.

Esta particularidad sociológica de los procesos censales, cuando se pretende manejarlos ideológicamente, es decir, indagando a través de las preguntas aquellas cosas que favorecen al gobierno, transforma un censo en un mecanismo de invisibilidad que oculta la realidad social, económica, política o cultural de una sociedad. A esto obedece, por ejemplo, el intento fallido del MAS de negar la existencia de un amplio conjunto de ciudadanos que, al no reconocerse como indígenas, se auto identificaron como mestizos. La categoría “mestizo” fue eliminada en el último, censo, y en consecuencia, el resultado le permitió al MAS dar por cierto que Bolivia es un país por completo indígena y orientar todas las estrategias de desarrollo bajo esa perspectiva en detrimento del mestizaje y las clases medias. Indianizar el Estado fue entonces el principio ordenador de las políticas de Estado.

Cuando García Linera argumentaba ideológicamente que el curso de la Revolución Cultural que pregonaban pasaba por este proceso de indianización, estaba pensando en cómo se iban a distribuir  las prioridades; que sectores debían favorecerse del desarrollo económico, que sectores había que debilitar y en lo posible eliminar, quienes debían asumir un papel hegemónico en todas las dimensiones de lo social, político, cultural y económico, es decir, la imagen que te formas de una sociedad (reflejada en los resultados censales) tiene consecuencias prácticas de largo alcance. En el caso de Linera, negar la existencia del mestizo suponía priorizar y orientar todo el esfuerzo del estado hacia aquellos sectores que lucían “el blasón” de su indianidad. Los datos censales, como se ve, tienen consecuencias reales, a veces totalmente contrarias al deseo de los ciudadanos.

Estos atributos de los procesos censales por lo general develan las contradicciones y las diferencias que median entre la sociedad que pretende construir un régimen, y la sociedad que considera ideal el ciudadano de a pie.

En el caso actual, el régimen de Arce y el MAS en todas sus vertientes, pretende que la boleta sea diseñada de tal manera que solo pueda recabar información que permita refrendar su particular visión político-ideológica, y en consecuencia, que las grandes contradicciones, por ejemplo, entre el mundo urbano y rural, puedan explicarse como un fenómeno racial, o en su defecto, que los problemas actuales de la sociedad boliviana se explican por las contradicciones de clase. Si el censo se ejecuta bajo esa óptica, sus resultados mostrarán una nación que en los hechos no existe, en la medida en que en la actualidad el ciudadano se mueve más allá de los tabúes de raza y más allá de los dogmas de clase, de hecho, el mestizaje es la fuerza mayor de nuestra sociedad y el ciudadano, en sustitución del proletariado, el “motor de la historia”.

Que el gobierno haya transformado la boleta y los detalles censales en un secreto de estado obedece a esta dimensión inherente a cualquier proceso censal. Mantener en la más absoluta reserva qué se va a preguntar, a quienes, donde y bajo que metodología, cómo se van a procesar los datos y a que propósito obedecen, es parte de una de las estrategias clave de todos los regímenes totalitarios. Mostrar un país que no existe, una economía gloriosa (como la que nos mostraba el INE en tiempos de Evo) y una comunidad enfrentada a partir de criterios raciales o categorías socioeconómicas clasistas, es vital para mantener las fuerzas sociales a raya e imponer con datos mañosos una realidad que no expresa la verdadera situación de una sociedad.

 

 

 

jueves, 22 de septiembre de 2022

 

La búsqueda de una solución de continuidad histórica

Hace ya algún tiempo vengo sosteniendo que el momento que atravesamos obedece a la ausencia de un derrotero histórico que plantea desafíos que las generaciones que nacieron durante el periodo de vigencia del estado nacionalista que fundó el MNR en 1952, no conocimos.

Los procesos de transformación histórica que ejecutó el MNR marcaron el desarrollo de la sociedad boliviana en los parámetros que exigía la modernidad y el capitalismo. El MNR inicio el proceso por medio del cual Bolivia abandonó el siglo XVIII, feudal y oligárquico en que habían sumido el país las oligarquías de la plata y luego del estaño y situó el país en los escenarios de la modernidad triunfante.

Entre 1952 y 1954 los pongos y los peones se erigieron como ciudadanos con derechos y obligaciones, el voto universal los ciudadanizó. La tierra era de quien la trabaja y las minas pasaron al estado. El origen de estas medidas había surgido mucho antes, en 1920 un pequeño grupo denominado Partido Obrero Socialista lanzó por primera vez la consigna “tierras al pueblo y minas al estado”, de ahí en adelante y sobre todo por la derrota del chaco, el conjunto de medidas que ejecutaría el MNR mostraron e camino que conocemos como Revolución Nacional.

La Revolución Nacional transformó el país, pero por diferentes acontecimientos, y sobre todo porque la revolución liberó todas las fuerzas que cobijaba el país, experimentamos semiciclos caracterizados por la dictadura de corte fascista, democracia liberal desde el 82, el socialismo a medias de Torres el 71 y un populismo indigenista desde el 2006 con el MAS en el poder. el MAS concluyó lo que el MNR había dejado pendiente, ejecutó una inclusión social real a despecho de la inclusión formal que ejecutó el MNR y transformó la imagen del estado. La Revolución Nacional había soñado con una emancipación de los indígenas y su incorporación a la esfera de la modernidad ciudadana en los términos en que lo exige el capital.  El MNR la inició con el voto universal, la participación popular y la Reforma Agraria y la concluyó el MAS, que entre otras cosas no habría existido sin la revolución de abril.

Hoy el MAS ha concluido su misión histórica, que fue en realidad la culminación del proyecto nacionalista. Ya no tiene nada más que hacer y en consecuencia, ya no tiene un proyecto de sociedad y se limita a repetir el mismo discurso desde hace 16 años. Si pasó por la historia a paso de vencedores fue porque cerraba el ciclo del 52 y hacia lo que el MNR no se atrevió a hacer.

Esta ausencia de un proyecto de estado que le proponga a la sociedad nuevos derroteros, un horizonte porque se deba luchar, un modelo de sociedad y un margen de certidumbre, es lo que produce la sensación de que el país macha a la deriva y que no se avizoran nuevas propuestas y menos nuevos liderazgos.

Experimentamos un momento de transición entre el estado del 52 que se había nutrido de las fuerzas populares, y la poderosa emergencia de los ciudadanos que alimentan todas las formas del Poder en la actualidad. Desde aquellas que se estructuran como plataformas, como agrupación, o como vecinos que se agrupan en una avenida en defensa de sus derechos e intereses particulares. Son identidades surgidas de la cotidianidad y ahí radica su Poder.

Ya no creen en nada de lo que hace apenas 20 años parecía ser una síntesis impecable de la realidad. Hoy, la ciudadanía múltiple, diversa, multicultural y pluriétnica, sin filiación política, sin ideología, sin militancia partidaria y sin proyecto de estado es el actor de primera línea, el nuevo interlocutor frente al estado.

Esta difícil transición en la búsqueda de una solución de continuidad histórica, de un  proyecto, de una organización que de cuenta de la nueva realidad, de una ideología que fusione lo local y lo global en el ámbito de la democracia, que es el único lugar donde conviven en paz todos los diferentes, es lo que nos produce la sensación de extravío, y lo que permite que las más descabelladas y frecuentemente autoritarias medidas del gobierno se ejecuten como demostraciones de un poder que ya no tienen.

Vivimos, en síntesis, una transición peligrosa y difícil en donde es el ciudadano de a pie el que finalmente ha de decidir el curso de la historia, y eso, llena de terror a los que construyen ficticios movimientos sociales, imaginarias organizaciones políticas y ejércitos de corrupción y amedrentamiento que más pronto de lo esperado caerán como castillos de naipes.


 La búsqueda de una solución de continuidad histórica

Hace ya algún tiempo vengo sosteniendo que el momento
que atravesamos obedece a la ausencia de un derrotero histórico que plantea desafíos que las generaciones que nacieron durante el periodo de vigencia del estado nacionalista que fundó el MNR en 1952, no conocimos.

Los procesos de transformación histórica que ejecutó el MNR marcaron el desarrollo de la sociedad boliviana en los parámetros que exigía la modernidad y el capitalismo. El MNR inicio el proceso por medio del cual Bolivia abandonó el siglo XVIII, feudal y oligárquico en que habían sumido el país las oligarquías de la plata y luego del estaño y situó el país en los escenarios de la modernidad triunfante.

Entre 1952 y 1954 los pongos y los peones se erigieron como ciudadanos con derechos y obligaciones, el voto universal los ciudadanizó. La tierra era de quien la trabaja y las minas pasaron al estado. El origen de estas medidas había surgido mucho antes, en 1920 un pequeño grupo denominado Partido Obrero Socialista lanzó por primera vez la consigna “tierras al pueblo y minas al estado”, de ahí en adelante y sobre todo por la derrota del chaco, el conjunto de medidas que ejecutaría el MNR mostraron e camino que conocemos como Revolución Nacional.

La Revolución Nacional transformó el país, pero por diferentes acontecimientos, y sobre todo porque la revolución liberó todas las fuerzas que cobijaba el país, experimentamos semiciclos caracterizados por la dictadura de corte fascista, democracia liberal desde el 82, el socialismo a medias de Torres el 71 y un populismo indigenista desde el 2006 con el MAS en el poder. el MAS concluyó lo que el MNR había dejado pendiente, ejecutó una inclusión social real a despecho de la inclusión formal que ejecutó el MNR y transformó la imagen del estado. La Revolución Nacional había soñado con una emancipación de los indígenas y su incorporación a la esfera de la modernidad ciudadana en los términos en que lo exige el capital.  El MNR la inició con el voto universal, la participación popular y la Reforma Agraria y la concluyó el MAS, que entre otras cosas no habría existido sin la revolución de abril.

Hoy el MAS ha concluido su misión histórica, que fue en realidad la culminación del proyecto nacionalista. Ya no tiene nada más que hacer y en consecuencia, ya no tiene un proyecto de sociedad y se limita a repetir el mismo discurso desde hace 16 años. Si pasó por la historia a paso de vencedores fue porque cerraba el ciclo del 52 y hacia lo que el MNR no se atrevió a hacer.

Esta ausencia de un proyecto de estado que le proponga a la sociedad nuevos derroteros, un horizonte porque se deba luchar, un modelo de sociedad y un margen de certidumbre, es lo que produce la sensación de que el país macha a la deriva y que no se avizoran nuevas propuestas y menos nuevos liderazgos.

Experimentamos un momento de transición entre el estado del 52 que se había nutrido de las fuerzas populares, y la poderosa emergencia de los ciudadanos que alimentan todas las formas del Poder en la actualidad. Desde aquellas que se estructuran como plataformas, como agrupación, o como vecinos que se agrupan en una avenida en defensa de sus derechos e intereses particulares. Son identidades surgidas de la cotidianidad y ahí radica su Poder.

Ya no creen en nada de lo que hace apenas 20 años parecía ser una síntesis impecable de la realidad. Hoy, la ciudadanía múltiple, diversa, multicultural y pluriétnica, sin filiación política, sin ideología, sin militancia partidaria y sin proyecto de estado es el actor de primera línea, el nuevo interlocutor frente al estado.

Esta difícil transición en la búsqueda de una solución de continuidad histórica, de un  proyecto, de una organización que de cuenta de la nueva realidad, de una ideología que fusione lo local y lo global en el ámbito de la democracia, que es el único lugar donde conviven en paz todos los diferentes, es lo que nos produce la sensación de extravío, y lo que permite que las más descabelladas y frecuentemente autoritarias medidas del gobierno se ejecuten como demostraciones de un poder que ya no tienen.

Vivimos, en síntesis, una transición peligrosa y difícil en donde es el ciudadano de a pie el que finalmente ha de decidir el curso de la historia, y eso, llena de terror a los que construyen ficticios movimientos sociales, imaginarias organizaciones políticas y ejércitos de corrupción y amedrentamiento que más pronto de lo esperado caerán como castillos de naipes.


 

La crisis del MAS: entre dogmas socialistas y prejuicios raciales

La misión histórica del MNR y del MAS se ha consumado, la consecuencia estructural de este final se expresa en la crisis de ambos partidos. El MNR hizo crisis cuando el modelo neoliberal penetró a tal punto sus estructuras ideológicas y programáticas, que terminó por eclipsar del todo el sentido histórico del nacionalismo que había encarnado desde inmediatamente después de la Guerra del Chaco, reflejado paradigmáticamente en Busch y Villarroel. El MAS hace crisis el momento en que ya no tiene nada más que hacer en la historia, en tanto y en cuanto todo lo que estaba destinado a hacer era consumar el proyecto de consolidación del Estado Nacional en el horizonte de la modernidad que es, por naturaleza, multicultural y pluriétnica. La refundación del Estado en un Estado Plurinacional fue la forma que adoptó simbólicamente la consumación del proyecto histórico del nacionalismo revolucionario más allá incluso de sus actores políticos de primera línea.  Que el MAS-IPSP cometió el garrafal error de racializar el proceso de inclusión es un acto de orden histórico cuyas consecuencias la vivirá el país durante mucho tiempo aún.

Derivado de este proceso, la crisis del MAS-IPSP deviene como una consecuencia estructural. Refleja un momento en que la sociedad exige un proyecto de Estado diferente al que vivimos en los últimos 70 años, y el MAS no lo tiene, siempre trabajó bajo proyecto estatal del nacionalismo revolucionario. En su interior pugnan dos fuerzas antagónicas, una, encarnada por Evo Morales marcada por pulsiones de orden ideológico aferradas a una visión propia del socialismo del siglo pasado, y la otra, encarnada por David Choquehuanca cuyas pulsiones emergen de una estructura mítico-indigenista aferrada a una lectura indianista andina. Ni la una ni la otra tienen posibilidades en el siglo XXI, tanto como ninguna de las dos podrán encontrar un escenario común, la primera, la de Evo se nutre de principios y dogmas ideológicos, la segunda, la de Choquehuanca, de prejuicios raciales, por esa razón son irreconciliables. Arce Catacora cuyo paso por el gobierno solo deja una ininterrumpida interrogante sobre su destino, sus objetivos y proyección, es la muestra dramática de quien está en medio de algo absolutamente coyuntural, es, de alguna manera, el interregno de la lucha interna ente dos polos irreconciliables. Por sí mismo no es socialista ni es liberal, no es indianista ni es “clasemediero”, no es obrero y tampoco campesino, no representa nada más que un mero accidente de la historia.

En el contexto de esta crisis, es sin duda importante el papel de la oposición. Sobre esto habría que notar que la oposición no logra cristalizar en un proyecto sustitutivo porque tampoco ha comprendido del todo el curso que ha tomado la historia, intuye la transición entre dos épocas y le resulta difícil construir una solución de continuidad histórica, cosa, por lo demás, propia de los momentos de transición.

Si las décadas pasadas se distinguieron por un profundo rechazo ciudadano a los partidos y el ocaso de las ideologías, hoy la sociedad exige nuevas ideologías y nuevas organizaciones políticas. No es, como se cree, que el desprestigio de los partidos los ha condenado al olvido, lo que ha quedado archivado es lo que hacían y los paradigmas con que descifraban el país. Hoy todos parecen coincidir en que necesitamos nuevas organizaciones políticas y una ideología capaz de articular con una sociedad civil que ya nada tiene que ver con la que marcaba el curso de la historia hasta los principios del siglo XXI. Los obreros pasaron a segundo plano, los campesinos los sustituyeron, las clases medias se empoderaron, la burguesía como siempre hace un juego de péndulo y en medio de todo emergieron las identidades a despecho de las clases sociales que, además, perdieron perfil como producto del desarrollo de las fuerzas productivas. Vivimos la emergencia de las identidades y de la multiculturalidad. Valen tanto las demandas de las amas de casa como las de los miembros de una organización LGTB. Son igualmente legitimas las demandas de los fabriles que las de los emprendedores, esta nueva dinámica ha creado un nuevo fenómeno, el de la emergencia de la ciudadanía, vivimos el tiempo del ciudadano que se define por sus propias expectativas y modos de ver el mundo, lucha por sus derechos y ha dejado en el olvido la “lucha de clases” como el “motor de la historia” en palabras de Marx. Las grandes luchas políticas hoy en día están determinadas por la cotidianidad, por las expectativas particulares de cada sector de la sociedad en el único escenario que permite un juego tan diverso; la democracia. Nada de esto hace parte de la lectura masista encapsulada por un lado en las doctrinas marxistas derrotadas por la historia, y por otro en las reminicensias de un pasado consumado e irrepetible. Ese es el verdadero origen de su crisis.

 

lunes, 3 de enero de 2022

                                                 LOS DIPUTADOS DE OPOSICIÓN

En una cosa el MAS ha sido más que eficiente; en instalar en la percepción ciudadana la imagen de una oposición ineficiente, inadaptada, inoperante, inepta; cualquier calificativo negativo y denigrante se ajusta a lo que el partido de gobierno quiere construir como imagen de los Diputados y Senadores de oposición. Bajo la lógica fascista del “repite que algo ha de quedar” ha logrado que la ciudadanía construya una imagen negativa y distorsionada del papel de diputados y senadores de oposición.

Habría que partir reconociendo que el MAS de Evo Morales pulverizó el sistema de partidos a lo largo de casi tres lustros en la utópica esperanza de construir un escenario de “partido único”. También habría que reconocer que la representación ciudadana en el Congreso obedece a esa coyuntura, una coyuntura en reconstrucción en que quien ocupe un curul ingresa por voluntad propia a la boca del dragón. Aquí no necesitamos de grandes oradores, ni artífices de las ciencias políticas, ni intelectuales de trascendencia interpretativa, necesitamos lo que tenemos, una generación que está dispuesta a dar batalla y freír el hígado en un Congreso de levanta manos que, si pudiera ejecutarlos no dudaría un minuto en hacerlo.

Yo tengo la impresión de que pocos ciudadanos estarían dispuestos, hoy en día, en asistir cotidianamente a un escenario en que prácticamente todo les es adverso, violento y amenazador. Estoy seguro que muy pocos estarían dispuestos a someterse a la dictadura congresal de la mayoría masista y de paso soportar las diatribas que el oficialismo se encarga de divulgar, los procesos internos, las amenazas jurídicas y todo lo que ya sabemos. Aquí tiene sentido aquello de que “otra cosa es con guitarra”.

Resulta totalmente antidemocrático y contradictorio que nosotros, los que nos jactamos de defender la democracia incluso en las calles, hagamos eco de las narrativas masistas cuyo único fin es medrar la democracia representativa y socavar los principios de representación y participación ciudadana en el Estado.

El MAS le ha ganado a la opinión pública la batalla por la credibilidad, el reconocimiento del esfuerzo y la vocación democrática de los representantes congresales de oposición. Les ha ganado a los partidos la defensa de sus representantes y le ha ganado a la conciencia ciudadana lo único que en verdad ha detenido la mentalidad totalitaria del MAS; el valor, el patriotismo, la entrega y el prestigio de sus diputados y sus senadores. Esa batalla perdida por la democracia boliviana es la única batalla que realmente ha ganado el MAS en los últimos años al punto que, por momentos parece imposible que el ciudadano de a pie pueda reconocer en sus representantes de oposición los logros que obtuvieron a favor de la democracia boliviana.

A la opinión pública y los medios les resulta más fácil denotar todos los traspiés de la oposición y menos fácil remarcar las batallas que aun siendo pequeñas victorias los consagran. Se ha hecho costumbre ejercer el rol de caja de resonancia de las patrañas masistas en contra de las bancadas de oposición, cuando en realidad, son esas ignoradas victorias las que hasta ahora nos permiten forjarnos la idea de que la democracia en Bolivia aún es posible.

En el ideario masista, lo mejor que puede pasar es que la ciudadanía deje de confiar en sus representantes congresales de oposición, y lo peor que puede pasarles es que el pueblo confíe en ellos. En eso consiste la estrategia de Poder del MAS, consiste en construir una narrativa y diseñar un escenario en que solo lo que ellos dicen, interpretan y proponen es posible y deseable para el país, es decir, en que el Congreso sea únicamente de ellos, para ellos y por ellos. Los ciudadanos democráticos parece que hemos olvidado que son nuestros diputados de oposición los que llevan las voces divergentes, las demandas de los ignorados por el Poder masista, la voz de los que creemos en la democracia de verdad, una voz capaz de detener los más oscuros proyectos fascistas, como cuando el diputado Rodrigo Paz P., diputado de oposición, denunció el paquete de “Leyes Malditas” y detuvo el plan autoritario de Evo Morales.

Cuando compartía estos criterios un amigo me preguntó si yo creía que nuestros diputados y senadores de oposición eran una maravilla. ¿Crees que algo maravilloso puede existir en este país -repuse- bajo el imperio del MAS?  Coincidimos que eso no era posible y menos aun en el Congreso. En lo que estuvimos de acuerdo es que, a pesar de todo, lo maravilloso es que tenemos una juventud y una ciudadanía de hombres y mujeres, viejos y jóvenes, blancos mestizos o morenos que creen en la libertad y luchan por la democracia, pese a lo que pese.