1952, el nacionalismo revolucionario y el Estado que acaba de concluir
En los 71 años transcurridos desde 1952 a la fecha el país experimento 4
“momentos” políticos diferentes: uno nacionalista plenamente revolucionario,
(1952-1956) que se proyectó hasta 1964. Uno de corte fascista que se inicia en
1964 con René Barrientos O. y culmina en 1982 con el retorno de la democracia.
Uno democrático liberal que va de 1982 al 2006, y finalmente uno indigenista
que cubre el periodo 2006 y concluye el 2019 con la renuncia de Evo Morales A.
En la tradición analítica nacional se ha considerado que estos momentos
constituyen episodios diferentes y en consecuencia se los analiza por separado.
Se asume que fueron consecuencias externas al proceso de la Revolución
Nacional, sin embargo, un análisis más detallado de cada uno de ellos desde una
perspectiva histórica y no meramente coyuntural, muestra que fueron expresión
de las contradicciones internas del
mismo proceso, complejo proceso que la terminología especializada instala bajo
la categoría de “Estado del 52”, es decir, todos se suceden al interior del proceso de
transformaciones de largo alcance que conocemos como “Revolución Nacional”
Lo que en realidad sucedió es que la Revolución liberó todas las fuerzas
políticas que se habían ido desarrollando desde finales del siglo XIX y a lo
largo de la primera mitad del siglo XX. De hecho, sabemos que la fundación del
Partido Liberal de Camacho en 1.883, inicia el proceso de formalización de
organizaciones políticas propias de la modernidad, organizaciones políticas
liberales y conservadoras junto a las nuevas fuerzas de izquierda van
germinando a lo largo de todo ese periodo y formarían el capital político que
dio curso a la Revolución del 52.
Ejecutadas las reformas estructurales (nacionalización de las minas,
reforma agraria, voto universal y reforma educativa) e irreversiblemente
derrotada la estructura del Poder oligárquico, las fuerzas del MNR ejecutaron
el proceso de transformación nacionalista, al mismo tiempo, las tendencias de
extrema derecha se desarrollaron bajo la coraza de las Fuerzas Armadas abriendo
en 1964 el ciclo de dictaduras militares de corte fascista. Las tendencias democráticas
aliadas en la UDP (Unidad Democrática y Popular) recuperaron la democracia en
1982 bajo el sino de una democracia neoliberal, y las tendencias indigenistas e
indianistas, enarbolando los postulados de pluralidad multiétnica y racial (que
en realidad se los había instalado en el imaginario social boliviano a
principios del siglo XX) terminan ganando las elecciones del 2005 con el MAS y
Evo Morales.
Todos estos fenómenos se ejecutan como un solo movimiento de la historia
que reconocemos bajo la categoría sociológica de “el Estado del 52”, por esa
razón, dado que todos se mueven dentro el campo político de ese Estado, la
percepción que uno logra es que todos estos fenómenos hacían parte de un solo
movimiento de la historia, y que, ese movimiento llegó a su fin el 2019 con el
quiebre del proyecto plurinacional masista. El MAS cierra el ciclo del Estado
del 52 en un fallido intento por consumar el proyecto de inclusión social que
se había gestado tempranamente en el siglo XX, y que se concreta formalmente con el voto universal y la
reforma agraria del MNR. La inclusión real
y no meramente formal que logra
el MAS de Evo Morales, es en última instancia, la conclusión del proyecto de
sociedad que el MNR dejó inconcluso, esto es, el cierre del Estado del 52.
Si el ciclo ha concluido, resulta obvio preguntarnos qué momento estamos
viviendo. Tan obvia como la pregunta es la respuesta: vivimos los dolores de
parto entre un Estado concluido y la búsqueda de una solución de continuidad
histórica más allá de las formas democrático-populares, populistas, liberales, indigenistas
o fascistas consumadas en la historia boliviana desde mediados del siglo anterior.
Se trata de una transición difícil en la que los grandes discursos
nonagésimos y los proyectos cuyo referente clave fue lo popular, han cedido el
paso a un referente propio del capitalismo tardío; el ciudadano. Hoy los
interlocutores válidos frente al poder instituido son los ciudadanos de a pie.
Aquellos épicos momentos en que las “masas populares “definían el curso de la
historia y doblegaban los gobiernos con todo el peso del sindicalismo obrero y
campesino, son un referente de segundo plano. Las grandes reformas y la defensa
de los intereses nacionales y los derechos ciudadanos ya no dependen de los
sindicatos y organizaciones populares, tampoco de sus “partidos” y menos de su
ideología, hoy se asientan en el Poder Ciudadano cristalizado en plataformas,
agrupaciones ciudadanas e instituciones de la sociedad civil.
Esta difícil situación muestra hoy sus vértices más peligrosos expresados
en una creciente polarización, y un cúmulo de conflictos que expresan la
urgencia de construir un nuevo proyecto de Estado y un diseño de sociedad capaz
de responder los desafíos del siglo XXI más allá de las ideologías, de las
visiones étnicas y raciales o de las posturas radicales de una izquierda y una
derecha que en las sociedades de la ciencia y la comunicación resultan
superfluas.
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