
A Cayetano hay que recordarlo en el horizonte de los pensadores que lograron -como pocos- doblegar el acero de los Poderosos, la mazmorra de los cobardes, la bayoneta de los mandones y el cuello blanco de los explotadores con la pluma vehemente y el pensamiento claro. Más allá de todos los bandos y colores, Llobet fue un crítico implacable cuando sentía apenas mellada la libertad y los derechos del pueblo por el que había luchado toda su vida.
Pienso –y quizás sea una afrenta al dolor que nos deja su partida- que Cayetano no podía dejarnos de otra manera. No podía irse con menos dignidad y lealtad a sus principios. Su última columna, las ultimas letras que nos hizo llegar, me recordaron otro pensador de su estilo (Augusto Céspedes) cuando nos decía que al aproximarse al cuerpo inerte de Germán Busch aquella nublosa mañana de Agosto, comprendió de súbito que aquel héroe del Chaco no podía haber muerto de otra forma, era cierto, y es que las vidas fértiles tienen sus formas de terminar, no acaban como cualquier destino, lo hacen bajo espectro de una dignidad final que nos abruma.
Me ha sido muy difícil escribir estas líneas, y seguro son con todo, deficitarias y mediocres frente a la pluma de Llobet, pero aún así, son mi homenaje y reconocimiento mas profundo a un gran intelectual y amigo.