miércoles, 5 de febrero de 2025

 SOBRE LA HISTORIA COLONIAL

En los últimos años una frondosa veta de investigación histórica en torno a las características de la sociedad colonial ha empezado a poner en evidencia que, al menos una buena parte de todas las atrocidades que los pueblos indígenas sufrieron durante la conquista y la colonia, no fueron como hasta ahora se nos enseñó. Para sorpresa de muchos -entre ellos yo- historiadores jóvenes empezaron a notar que aquellas espantosas imágenes de una colonialidad inmisericorde y abrumadoramente criminal, no parecen ser tan ciertas, solo habría que pensar que los españoles fundaron más de 30 universidades en lo que se ha llamado territorios coloniales, y habría que agregar que las Leyes de Indias están consideradas uno de los primeros cuerpos legales que incluyeron principios de Derechos Humanos.

Sin duda reconocer las atrocidades y el sufrimiento de los nativos es inobjetable, pero también van destacándose los logros que sentaron las bases para el desarrollo cultural, académico y político de las naciones sudamericanas. Incluso la nominación de colonias fue en gran medida un despliegue de la cultura inglesa. Según los expertos los pueblos sometidos por la corona española siempre se reconocieron como hispanos; eran territorios hispanos no colonias españolas. La explotación de los términos coloniales fue más un artificio propio de los discursos políticos más que de las narrativas históricas de los pueblos hispanoamericanos.

Este resurgimiento de un pensamiento crítico que no está dispuesto a creerse todo lo que se le cuenta, es propio de los momentos en que grandes periodos de la historia decaen y dan paso a ciclos diferentes cuya distancia con la mitología urbana, la inventiva histórica y la demagogia política se descomponen y surgen en su lugar formas superiores de conocimiento e investigación que, en muchos casos, restituyen los verdaderos parámetros en que se movían las sociedades en el pasado.

En todos los órdenes de la realidad e independientemente de las características culturales, económicas, sociales y políticas de las sociedades de occidente, se experimenta una revisión de los argumentos y de los relatos que sirvieron durante todo el siglo XX y parte del XXI como fundamentos históricos irrefutables y sostén indiscutible de las posiciones ideológicas que marcaron el curso de la historia. 

En todos nuestros países una visión crítica empieza a relativizar los conceptos y los juicios de valor que daban pie a posiciones extremas, en muchos casos marcadas por un sesgo racial inadecuado para un mundo en franco proceso de mundialización. El producto de este fenómeno en gran parte generado por el propio desarrollo económico y social de nuestras sociedades, y el desarrollo tecnológico que las acompaña, se expresa en la generalizada desilusión en torno a los grandes discursos del siglo XX, la crisis terminal de las sacro santas ideologías y la descomposición acelerada de los partidos políticos. Esta explosiva combinación de factores lo menos que puede producir es la necesidad de revisar los argumentos, las justificaciones, los pretextos y los mitos que, a lo largo de las décadas pasadas, solo sirvieron para imponer regímenes e ideologías, derrocar democracias, minar los valores sociales y diezmar las instituciones, incluso, como en nuestro caso, avasallar el sistema republicano para intentar sustituirlo por un indigenismo anacrónico.

Parece pues que estamos en las puertas de un nuevo mundo mucho más intelectualmente diverso, democrático y crítico. Esto sin duda siembra el terror entre los que viven aferrados al pasado y desde allí instrumentalizan sus grandezas y sus miserias para reconstruir ideologías que la modernidad tardía ha sepultado en el cofre de los recuerdos, o para manipular la sensibilidad social en función de sus propios intereses. Todo indica que el siglo XXI avanzará a una nueva modalidad de renacimiento, mas allá de la mediocridad que hoy nos rodea.

 

LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

El MAS interpreta la actual coyuntura en los típicos términos de izquierda y derecha. Arce Catacora dijo públicamente la semana pasada que las próximas elecciones serán una contienda entre la derecha y la izquierda. Esta manera de ver las cosas deja algunas dudas que nacen del propio desarrollo de la historia del capitalismo  y de la modernidad tardía, en el sentido en que, por ejemplo, si yo estoy plena y absolutamente de acuerdo con la liberación femenina, con el matrimonio gay o con la protección de la naturaleza me hacen un hombre progresista, y en consecuencia, dado que progresismo se asociaba a izquierda, un hombre de izquierda, sin embargo, si soy un radical defensor de la propiedad privada, la libertad irrestricta de prensa y de pensamiento, para los actuales “progresistas de izquierda” soy irremediablemente un hombre de derecha, es decir, hoy es muy difícil encasillar los comportamientos tanto cotidianos como políticos en los estrechos márgenes doctrinales de lo que en el siglo XX se denominaba la izquierda y la derecha. De hecho, el proletariado norteamericano es el primer defensor de las grandes corporaciones y centros de producción que les dieron un ingreso económico seguro y una estabilidad financiera duradera. En la realidad concreta del siglo XXI, los obreros están años luz de pretender suprimir a sus patrones capitalistas como sucedía desde el surgimiento del capitalismo.  Difícilmente podríamos decir que los obreros en los países capitalistas hoy en día se inscriben en los parámetros de la lucha de clases. La conciencia revolucionaria que definía la naturaleza de la izquierda ha sido sustituida por los grandes logros de la ciencia y la tecnología, y las épicas batallas hoy tienen como protagonistas centrales del desarrollo económico, social y cultural ya no harapientos obreros en guetos de pobreza, sino, ciudadanos en condominios dotados de alta tecnología. Se estima que para el año 2030, un tercio de la producción mundial estará a cargo de robots inteligentes, de esos que no hacen pliegos petitorios ni declaran huelgas ni bloquean avenidas y que trabajan hasta 24 horas sin detenerse un minuto.

Permanecer aferrado a una concepción de la historia anclada en las derechas y las izquierdas es simplemente no haber reconocido ni una décima de la realidad que caracteriza el siglo XXI. Hasta las expresiones derivadas de esas concepciones antagónicas se han deteriorado, es casi imposible encontrar posiciones antagónicas en la dinámica socioeconómica y política de la sociedad contemporánea. Todas las grandes diferencias han sido progresivamente cubiertas por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Seguramente muchos podrían argüir, y con justa razón que el planeta esta atestado de pobres, y es lamentablemente cierto, pero la pobreza del mundo actual no genera ya ideologías porque los pobres del mundo capitalista desarrollado viven en condiciones miles de veces mejoradas en comparación a sus homólogos del siglo XVIII, por ejemplo. Lo que les preocupa ahora es propia identidad y estas no se definen por intereses de clase, sino por expectativas, necesidades y frustraciones emergentes de su diario vivir. Ya no hay obreros en el sentido del marxismo clásico, los han sustituido los ciudadanos de a pie.

Los grandes relatos de los siglos pasados, (el capitalismo, el socialismo, el liberalismo) han dejado de ser categorías que ordenan el comportamiento social de los jóvenes actuales, hoy su comportamiento social y político está ligado a formatos diferentes; el partido ha sido sustituido por la plataforma, el manifiesto por el mensaje en tiempo real. De los grandes movimientos colectivos hemos pasado a los grandes movimientos “conectivos”  y las tecnologías del Poder están más ligadas a la inteligencia artificial que la capacidad intelectual de los lideres, (lo que por cierto ha dado resultados desastrosos en la medida en que cualquier cretino puede ser hoy protagonista de la historia)

En medio de estas dramáticas transformaciones plantear que la situación del país pasa por decidir si me alineo con la derecha o con la izquierda es totalmente inocuo, por no decir absurdo. En las próximas elecciones cuanto puede interesarle a un joven de 18 años saber si sus expectativas son derecha o de izquierda, cuando en realidad su nivel de información lo ponen por encima de cualquier castrante tipificación. Para un joven votante lo que en realidad vale es la clara percepción de su libertad, de su independencia, de la satisfacción de sus necesidades y de la certeza de que todo lo que puede lograr depende del quantum de libertad que lo rodee, y no de unas doctrinas que hace rato dejaron de ser recetarios del destino.