viernes, 28 de septiembre de 2012

Una Cosa Llamada Modernidad

Giovanni Pico Della Mirandela fue un libre pensador que murió un martes 17 de noviembre de 1494, a los treinta y un años de edad a poco tiempo de ser admitido en la Orden de Los Dominicos.  Fuertemente influenciado por los autores franceses de su tiempo escribió un texto bajo el título de Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae, conocidas como Las 900 Tesis. La publicación fue  precedida de un ensayo que tituló Discurso sobre la dignidad del hombre en que establece los tres principios que dieron forma al prolijo movimiento intelectual del Renacimiento. Los principios de este curioso personaje se resumen en los siguientes postulados: “Los hombres tienen el derecho inalienable a la discrepancia, el respeto por las diversidades culturales y religiosas y, finalmente, el derecho al crecimiento y enriquecimiento de la vida a partir de la diferencia”. Llama la atención la actualidad de estos preceptos, una lectura despreocupada sin duda las atribuiría a algún analista de la actualidad ya que resultan absolutamente apropiadas para gran parte de la humanidad en el siglo XXI, no debiéramos extrañarnos: Mirandela es moderno, es el padre de la modernidad.
Llama también la atención esta suerte oposición epocal frente a la modernidad, primero porque es difícil comprender como puede despreciarse un tiempo al que debemos prácticamente todos los recursos culturales, intelectuales, científicos y tecnológicos de los que gozamos en la actualidad. Hombres como Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Maquiavello y muchos más -contemporáneos todos- prefiguraron el desarrollo vertiginoso de la humanidad. Fue una época grandiosa.  Con el exclusivo recurso de la razón doblegaron ochocientos años de oscurantismo, sin embargo, el poderoso impulso de esos hombres goza hoy de muy mala reputación. Los mitos y las visiones cosmogónicas que atizaban las hogueras de la Santa Inquisición han retornado con ropajes nuevos.  Una adoración por el pasado y la añoranza irreflexiva por retornar a las formas más primarias de la organización social y la administración de las subjetividades toma cuerpo, la idea es más simple de lo que parece; debe volverse al pasado porque la modernidad solo nos trajo miseria, destruyo los vínculos solidarios de antaño, hizo trizas la familia y sus valores, enajeno al hombre al impulso de las grandes maquinas y portentosas factorías y termino devastando la madre naturaleza; he ahí el producto de la modernidad.
Pico Della Mirandela nos recriminaría de manera aún más simple: el problema –diría- no es lo que la modernidad hizo del hombre y la sociedad, sino al contrario, lo que él hizo de ella. Nos hemos acostumbrado a juzgar las cosas ideológicamente y terminamos siempre argumentando verdades a medias, excepto que, en este caso, la modernidad nos dio cientos de miles de veces más que cualquier ideología. No hay una sola cosa al servicio nuestro que no se la debamos a la modernidad y junto a ella, todos los horrores que el hombre hizo en su nombre, aun así, esta perversa dualidad es solo la expresión final de la naturaleza humana, extraña simbiosis entre el bien y el mal, entre la exclusiva capacidad de crear y su incomprensible necesidad de destruir, esto, empero, no estaba en el plan de Mirandela no de sus geniales contemporáneos que inventaron los tiempos modernos.