domingo, 13 de noviembre de 2011

La Verdad como Principio Político

Uno de los asombrosos hallazgos de la física de partículas mostró que la luz se puede desplazar como onda o como partícula dependiendo de lo que tenga en frente, si le conviene avanza como partícula, si no, lo hace como onda. Los físicos aún no comprenden esta autónoma inteligencia codificada, nadie entiende cómo sabe que hay al fondo del acelerador de partículas y cuando decide cambiar su estado natural. A partir de este dato, cuya fascinación no deja de acosarme,  empecé a aceptar la idea   –doctrinalmente negada por mi formación marxista- que la historia podría comportarse de forma similar, es decir,  adoptar cursos independientemente de la voluntad o conveniencia de sus protagonistas y arribar a los puertos que se quería evitar a cualquier precio;  véase la China de Mao, de aquel terrible Mao de la Revolución Cultural, o la Rusia de Lenin, la Cuba de Castro, la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini todas terminaron en lo que habían jurado destruir. La interrogante es: ¿Qué pasó? ¿Acaso, las fuerzas sociales que ellos mismos desencadenaron se percataron que al final de camino sólo estaba el vacio y decidieron cambiar la polaridad de su dinámica? ¿Cuándo su apoyo se transformó en oposición?  Ciertamente alguna razón tiene que explicar la espectacular forma en que “las masas” suelen trastocar su percepción de las cosas. A los fascismos clásicos europeos los aniquiló la debacle de las derrotas bélicas, pero no por ser meras derrotas en los campos de batalla, sino, porque pusieron de manifiesto la  verdadera imagen de sus líderes y sus acciones. La inmaculada y todopoderosa figura del Fuhrer o del Duce se vino abajo cuando  alemanes e italianos comprobaron que ninguno de ellos era la encarnación inmaculada del bien y que, como cualquier otro dictador, habían forjado su poder de la misma manera en que lo hicieron sus antecesores, o quizás de forma peor,  así pues, los hombres que arrastraron el cadáver de Mussolini  por las calles de Milán,  trastocaron el curso de su recorrido suicida al contacto con la verdad: la verdad, ese es el momento de quiebre, el punto de inflexión, el instante en que todas las dictaduras se quedan huérfanas porque como decía el mismo Marx, la realidad es la única prueba final de la historia, y la realidad se hace de verdades irrefutables.