La Protesta Social
La protesta social se ha extendido por todo el planeta. Un estudio realizado
por la Friedrich Ebert Stiftung y la
Iniciativa para el Diálogo de Políticas (IPD) y algunasr universidades norteamericanas a lo largo y ancho
del planeta durante el 2006 al 2020, mostró que en todo el mundo los ciudadanos
protestaron más que en ninguna época pasada, en todos los casos, (independientemente
de la razón que hubiera servido de detonante) la razón última era “una mejor
democracia” y “justicia social”, o lo que se ha dado en llamar una “democracia
más real”.
Más allá del problema que diera inicio a grandes movilizaciones sociales como
las que vimos en Chile el año pasado, que se iniciaron ante el descontento
social por el incremento de los pasajes en el metro de Santiago, o las que
sacudieron Zinbabue por el aumento del precio de la gasolina, o Argelia contra
el quinto mandato de Buteflika, o Haití por la renuncia de Jovel Moise, o Hong
Kong contra la Ley de Extradición, o las de las valientes mujeres iraníes
motivado por el asesinato de Masha Amini y la negativa a utilizar el velo
(hiyab) que ordena la tradición religiosa musulmana, o la boliviana por la
aprobación de una Ley por la ejecución oportuna del censo, cualquiera de estas
razones para protestar está motivada en realidad por la certidumbre de que
vivimos la crisis de representación y de participación social más profunda en
la historia del capitalismo, la modernidad y occidente. Los ciudadanos no se sienten
parte de la dinámica del Poder, y perciben que ésta se ejecuta entre corredores
secretos, convenios y arreglos furtivos en un ambiente de corrupción, inequidad
y desprecio por sus derechos.
Bolivia no es la excepción, lo que distingue el caso boliviano es que la
protesta encontró en la ciudadanía cruceña un escenario de conciencia cívica y
democrática irreductible. No se trataba solo de la fecha del censo, en realidad
lo que puso en el tapete es la vigencia de un modelo de Estado que, desde
mediados del siglo pasado, a título de democracia fue cerrando los mecanismos
de representación y participación en el Poder de las nuevas fuerzas sociales
(particularmente femeninas) bajo un sistema obsoleto. Es en realidad un ajuste
de cuentas con un modelo democrático que ya no responde a las nuevas
condiciones sociales, económicas políticas y culturales del país. El movimiento
por el censo decretó el final de un paradigma que se inició a mediados del
siglo XX, atravesó una serie de ciclos y transformación y concluyó en una expresión
indigenista y autoritaria bajo el mando de Evo Morales y el MAS.
La crisis global de la democracia está signada por profundos cambios en la
esfera social. El mundo que se dividía entre obreros y burgueses, entre
izquierdas y derechas y entre ideologías progresistas y conservadoras ya no es
el de los ciudadanos del siglo XXI. No es el de las amas de casa, ni el de los
miembros LGBT, ni el de los campesinos urbanos y menos de la nueva “burguesía
popular”, madre histórica de un “capitalismo popular” que mueve economías
informales inmensamente poderosas. Esos nuevos actores de la historia expresaron,
en el caso boliviano, a propósito de la
fecha del censo, la certeza de que la democracia tal como la vivimos se ha
agotado, que lo que conocemos como “el periodo democrático” (1982-2006) hizo,
con luces y sombras, lo que tenía que hacer y ahora debe dar paso a una democracia ciudadana capaz de
transformar la realidad nacional en un horizonte más inclusivo, más equitativo
y más justo. En el fondo, lo que estamos pidiendo es una democracia más “real”
porque la historia reciente nos ha dejado claro que las dictaduras disfrazadas
de democracia son falsas.