jueves, 3 de septiembre de 2015

El retorno del incario y el proceso de cambio


Hegel, cuyo legado filosófico sirvió de fundamento al materialismo histórico de Marx, sostenía que la historia no era más que la conciencia que un pueblo posee de su época. Esta portentosa concepción de la historia, resumida en las tres leyes de la dialéctica, permitía comprender la caída del Imperio romano o de cualquier otro, cuyo esplendor en su mejor momento se mostraba como una sólida estructura perdurable hasta la eternidad.
Lo cierto es que ninguno de ellos sobrevivió y, a sólo en un abrir y cerrar de ojos, sus glorias pasaron a formar parte de "otro tiempo”, de otra época, de otra historia. Nada ni nadie podría retrotraerse a ese mundo desaparecido, no sólo porque la historia no tiene retornos, sino porque aunque quedara intacta su estructura material, sus palacios, sus castillos, sus armas o lo que fuese, la conciencia que los sujetos poseían de todo ello ya no existe. Ése es el fin da la historia.
La historia universal, si tal cosa existe, no es más que el fin de la historia experimentada por cada sociedad en determinado momento de su existencia. Es la sumatoria de las historias terminadas. No parece, por tanto, descabellado preguntarse si el Imperio incaico es una excepción. Un juicio equilibrado concluiría que en esto no hay excepciones. El Incario se extinguió  (independientemente de las causas y los hombres que lo precipitaron), y es en consecuencia una historia finiquitada. Como la historia no retrocede, tuvo, como todas las historias, un final irreversible. El tiempo no vuelve atrás.
Este razonamiento pone en el tapete, en primer lugar, la perspectiva que sirve de fundamento mítico-ideológico al diseño del Estado Plurinacional, pregonado por el Gobierno, y pone en evidencia, además, la falacia discursiva del régimen al pretender un retorno de la historia imposible de realizar, no porque nos separen medio milenio, sino porque la historia es una cuestión de conciencias epocales y no de acontecimientos que, en última instancia, siempre se registran como azares del destino. En segundo lugar, encubre una certeza inocultable: la historia del Estado Teocrático Incásico, con todas sus grandezas y todas sus miserias, murió hace quinientos años. No hay manera de retroceder.
Si se tratará de reeditar las formas de organización social y productiva, la férrea dictadura del teócrata o el reino mítico que rodeaba la dictadura del Inca, probablemente nos veríamos tentados a aceptar la posibilidad de su retorno (sólo sirve pensar en los actuales tiranos fundamentalistas de Medio Oriente para convencernos que todo esto es siempre posible),  empero, de inmediato, nos percatamos que el Imperio incaico sólo fue Imperio y sólo fue Incásico cuando los doloridos servidores del Inca y los beneficiarios de éste poseían una conciencia particular de su tiempo, lo asumían como el mejor o como el peor, pero sabían que eso era lo único que tenían y, probablemente, lo único que podían imaginar.
Tomar como modelo la sociedad incásica desde la base de la modernidad y el capitalismo avanzado, o desde la modernidad y el socialismo fracasado, no es más que un juego de palabras que esconde el secreto morboso de las mentalidades imperiales: eternizarse en el tiempo. No hay forma posible que un originario actual o cualquier ciudadano de este país se aproxime siquiera a la conciencia histórica de un vasallo del Inca. No hay forma posible de retrotraernos a la agricultura primigenia, al arado de tracción humana, a la servidumbre de las mujeres ante el Inca o al despotismo abigarrado de los "sabios” imperiales.
Mi tiempo, la conciencia de mi época, tanto como la del lector que sigue estas líneas, sin siquiera echar mano del portentoso Hegel, sabe que el proyecto estatal en curso no es más que un artificio del lenguaje, destinado a crear un espejismo perceptivo bajo la etiqueta del "cambio” con el único fin de ensoñarse en un proyecto de mil años.  Distopía moderna que a veces parece real.

miércoles, 19 de agosto de 2015

El Fetiche de la Representación

Una práctica común en los medios políticos radica en que todas las determinaciones que se tomen se las hace en nombre del pueblo. Independientemente de la línea ideológica que profesa un gobierno, lo que se haga es indefectiblemente en nombre de los ciudadanos que, al menos teóricamente, están representados en la persona del mandatario. En resumidas cuentas, se sostiene que el Estado moderno subsume al ciudadano en la categoría de la representación; todos, idealmente, estamos representados. La teoría clásica en torno a este fenómeno la dio Hobbes para quien la construcción estatal de la modernidad suponía la renuncia individual de los derechos y la transferencia de estos al Estado. El Estado administraba mis derechos en nombre de la comunidad, esto es posible en gran medida porque el Estado es una construcción arbitraria, no natural, es el producto de una convención social en aras de establecer un sistema de convivencia que garantice la paz y el imperio de la justicia. El desarrollo moderno del término (representación) asumió varias formas, Sartori sostiene que en realidad la representación pone en movimiento un complejo juego de similitudes, de manera que el representante es de alguna forma un símil del pueblo. Para otros, la representación es meramente un acto simbólico en el cual no encontraremos ni la delegación de mis derechos ni la similitud entre los gobernados y el gobernante, se suma a ello que el acto de representación es histórico, y lo que ayer se aceptaba como tal hoy puede ser totalmente insuficiente.
En torno a esta temática y desde la perspectiva nacional, la primera pregunta que parece surgir de forma espontánea es cómo pueden representarse en el Estado de una nación, 36 naciones diferentes. Si consideramos que en el planeta conviven cerca de 15.000 etnias, parece natural que Bolivia no sea el único caso en que variadas etnias y culturas ocupen el mismo espacio estatal, de hecho existen muy pocos Estados modernos que no contengan una amplia diversidad étnico-cultural, es la norma, la excepción es ver un Estado mono-étnico, lo que no constituye un inconveniente en virtud de que la instancia de representación no es el Estado, sino el Gobierno. Son los gobiernos los que asumen la representación de la sociedad, o de una parte de ella. Por otro lado, debe considerarse que la representación política es un acto arbitrario, decidido unilateralmente por el eventual encargado de comandar la nave del Estado, éste decide en última instancia a quién o quiénes representar y a quién o quiénes excluir del acto de representación.  Ante esta terrible posibilidad se arguye que quien gobierna es la expresión de su pueblo y en consecuencia el que gobierna representa a todos los gobernados. Tal situación es posible cuando la estructura de representación da cabida a todos, es decir, cuando la representación se instala como una expresión democrática; sólo y únicamente si la forma de gobierno es verazmente democrática la representación "contiene” a todos los actores sociales, políticos, económicos y culturales de una comunidad en un momento determinado de su historia; fuera de un esquema democrático la representación es una farsa melodramática.
 La experiencia histórica muestra que la representatividad de un mandatario, al margen de una estructura verdaderamente democrática, sólo busca la eliminación de un conjunto de sujetos históricos (etnias, clases, segmentos etc.) y la imposición forzosa y manipulada de unos cuyo fin es la hegemonía en todas sus dimensiones. Al poner a todos en el "mismo saco”, se adueña de las particularidades de los que consideran diferentes e impone así un horizonte etnocéntrico. Se gobierna en nombre de todos, pero desde el horizonte de los suyos.
Finalmente, una diferencia necesaria para comprender el fenómeno de la representación anida en el concepto hegeliano de "reconocimiento”, ampliamente utilizado por Fukuyama. Este último sostiene que con bastante frecuencia la sociedad "reconoce” a un líder, a una institución, a un partido etc., sin que esto suponga otorgarle el derecho a representarlos.  En el caso boliviano, se arguye que Evo Morales, al asumir el poder con el 64% de la voluntad ciudadana representa a "todos” los bolivianos, empero, lo que en realidad obtuvo con esa incuestionable victoria electoral es el "reconocimiento” de una situación insostenible frente a la cual Morales Ayma se impone como la solución posible. Una buena parte de los bolivianos reconocimos en él la salida a un estado de cosas insostenible en todos los frentes (económico, político, cultural, estatal etc.). Ese dramático reconocimiento que en palabras de Fukuyama "es el origen de la tiranía, el imperialismo y el deseo de dominar” no tiene nada que ver con la posibilidad de representación genuina de la que tanto se jacta el partido de gobierno, de lo único que habla es de lo equivocados que estábamos.
Dicho todo lo anterior, se entiende que en el caso boliviano se trata de la construcción política de un fetiche. Así como Marx estableció la naturaleza fantasmagórica del "fetiche de las mercancías”, objetos que encubren las relaciones de explotación que les dio origen, el "fetiche de la representación” encubre las relaciones étnicas que dominan el Estado aymara-etnocéntrico actual. El Fetiche de la representación del que hablamos, encubre la naturaleza racista que le da contenido histórico al gobierno del MAS. La apelación a lo "pluri” es en este sentido la expresión final de una argucia detrás de la cual se campea el fantasma de la discriminación y la segregación racial afincada en el Poder del Estado.

martes, 11 de agosto de 2015

El Estado Prótesis


En la lengua española el término prótesis se define como el  “procedimiento mediante el cual se repara artificialmente la falta de un órgano o parte de él”. Una prótesis es un dispositivo añadida al organismo vivo de forma artificial que cumple una función determinada y que puede ser removida una vez que no sea necesario usarla, se trata de un mecanismo de recambio utilitario que permite explotar un dispositivo que aunque resulta imprescindible nunca alcanza el grado de irremplazable. Otra de sus virtudes estriba en que si se produce alguna falla o inconveniente, de inmediato se procede a su recambio y se asume que todos los problemas derivados provienen de la falla protética. Así, si a un paciente cardiaco le sobreviene un paro masivo que determina ipso facto su muerte, se dice que una falla en la prótesis implantada determinó el deceso del occiso, de manera que las responsabilidades se cosifican o despersonalizan, finalmente el único culpable termina siendo la prolífico dispositivo.

Este atractivo concepto de la medicina actual se me antoja de enorme utilidad en el análisis político y sociológico a la hora de apreciar el modus operandi del régimen actual. Estado Protético en que todos sus operadores ostentan el rango de prótesis; una vez que cumplieron sus funciones y cosechados los frutos son declarados inservibles, desdeñados, arrojados al tacho de inmundicias y en lo posible, como por escarmiento, enjuiciados y encarcelados.

El Estado Protético es un modelo de acción político-administrativa que prescinde de las cualidades humanas, se sostiene en la capacidad operativa ciega, irreflexiva, mecánica, no acepta pensamiento libre, ni moral, ni juicio de valor. Bajo esta lógica, los daños colaterales producidos por el dispositivo son de exclusiva responsabilidad de la prótesis, así, cuando los potosinos reclamaban las promesas y compromisos incumplidos, el gobierno no se hizo responsable, fue la prótesis ministerial de ese entonces. El sistema prótesis sin embargo tiene un límite conocido como el rechazo metabólico, a ese rechazo se llega cuando todo el sistema dice basta, en ese momento, la única solución posible es remover el dispositivo para siempre.

El Futuro de la Soledad Humana


Hace algunos meses un estudiante de sociología preguntó al profesor Zigmunt Bauman a que atribuía el éxito de Facebook; “el éxito del invento de Zuckerberg consiste –dijo- en haber entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse nunca solo”. Esta brillante respuesta me llevó a una interrogante de naturaleza prospectiva: ¿cuál es futuro de la soledad humana?

Las estadísticas internacionales registran que en éste minuto, más de 3 mil millones de personas están conectadas a internet en un monologo virtual en torno al cual giran sus sentimientos, sus intereses, sus negocios, sus habilidades, sus miedos, sus dudas, sus deseos, es decir, prácticamente todo lo que un ser humano puede sentir, experimentar, indagar, temer, aceptar o rechazar esta en la línea. Las dimensiones son tan espectaculares que solo en Facebook, los más de 1.390 millones de personas, (la mayoría jóvenes) que están diariamente conectados a su plataforma, invierten 700 mil millones de minutos al mes, y emiten 30 mil millones de mensajes en ese mismo lapso de tiempo. Si se suman los minutos que el total de usuarios de Facebook invierte cada mes intercambiando información, chistes, mensajes, fotografías etc. la cifra es equivalente a 22 y medio años de una vida virtualmente desconectada. Desde el Facebook se puede ingresar a más de 2 y medio millones de sitios web que contienen prácticamente toda la información tecnológica, social, política, erótica, poética, filosófica, comercial etc. que uno pueda imaginar. La enciclopedia virtual Wikipedia albergaba hasta el año pasado 17 millones de artículos en absolutamente todas las áreas del conocimiento. El mundo entero se ha reducido a un dispositivo informático que cada vez, y con mayor calidad, rapidez y precisión satisface virtualmente todas nuestras necesidades. De hecho, sitios como Facebook, Twitter, Youtube o cualquiera de los miles que existen se han transformado en verdaderas prótesis de la existencia humana; cualquier carencia (intelectual, erótica, informativa, cognitiva, educativa o lo que fuera) puede ser eficiente y rápidamente cubierta por una prótesis virtual.

En el mundo de la realidad la situación no es menos alarmante. El desarrollo tecnológico cubre cada vez más espacios que hasta no hace mucho dependían de la habilidad, capacidades e inteligencia humana. Nuestras falencias físico-estéticas las cubren ahora un arsenal cada vez más complejo de tecnologías de implante, a nuestra soledad el Facebook, a nuestros miedos los híper-sofisticados sistemas de vigilancia y alerta satelitales, a nuestras cuentas bancarias las centrales de riesgo de interconectividad múltiple e instantánea, a nuestra inteligencia los supercomputadores como la Tianhe-2 que realiza 33 cuatrillones de operaciones por segundo. Se estima que para el 2050, más de 2 tercios de las labores domésticas las ejecutarán robos dotados de inteligencia artificial. En breve, todas las facultades del hombre se resumirán a un algoritmo.

Las Redes Sociales han invadido nuestra privacidad de forma sistemática, y lo peor de todo, con el absoluto consentimiento nuestro. En cuestión de segundos todos los que forman nuestras listas, (a lo que se suma todos los que comparten nuestro mensaje con sus propias listas) habrán leído el mensaje. Hoy felicitamos al recién casado por Facebook, damos pésames, consolamos al deprimido, aconsejamos al angustiado, insultamos el opositor, denostamos al adversario, hacemos invitaciones, buscamos trabajo, formalizamos citas, mandamos piropos y si nos es posible adjuntamos foto y video.

Llegará un momento en que ningún acto que podamos calificar como “social” escape al entorno de las redes, a la sofisticación tecnológica o a la inteligencia virtual. Se me ocurre que llegado ese instante en el desarrollo de la especie, habremos eliminado de la subjetividad humana uno de sus derechos más profundos y probablemente más constructivos: el derecho a la soledad. Para entonces nuestro más fiel compañero, nuestro confidente, el cómplice más próximo llegará con marca y código; algo así como Samsung S6