Hace algunos meses un estudiante
de sociología preguntó al profesor Zigmunt Bauman a que atribuía el éxito de
Facebook; “el éxito del invento de Zuckerberg consiste –dijo- en haber
entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse nunca solo”. Esta
brillante respuesta me llevó a una interrogante de naturaleza prospectiva:
¿cuál es futuro de la soledad humana?
Las estadísticas internacionales
registran que en éste minuto, más de 3 mil millones de personas están
conectadas a internet en un monologo virtual en torno al cual giran sus
sentimientos, sus intereses, sus negocios, sus habilidades, sus miedos, sus
dudas, sus deseos, es decir, prácticamente todo lo que un ser humano puede
sentir, experimentar, indagar, temer, aceptar o rechazar esta en la línea. Las
dimensiones son tan espectaculares que solo en Facebook, los más de 1.390
millones de personas, (la mayoría jóvenes) que están diariamente conectados a su
plataforma, invierten 700 mil millones de minutos al mes, y emiten 30 mil
millones de mensajes en ese mismo lapso de tiempo. Si se suman los minutos que
el total de usuarios de Facebook invierte cada mes intercambiando información,
chistes, mensajes, fotografías etc. la cifra es equivalente a 22 y medio años
de una vida virtualmente desconectada. Desde el Facebook se puede ingresar a
más de 2 y medio millones de sitios web que contienen prácticamente toda la
información tecnológica, social, política, erótica, poética, filosófica,
comercial etc. que uno pueda imaginar. La enciclopedia virtual Wikipedia
albergaba hasta el año pasado 17 millones de artículos en absolutamente todas
las áreas del conocimiento. El mundo entero se ha reducido a un dispositivo informático
que cada vez, y con mayor calidad, rapidez y precisión satisface virtualmente
todas nuestras necesidades. De hecho, sitios como Facebook, Twitter, Youtube o
cualquiera de los miles que existen se han transformado en verdaderas prótesis
de la existencia humana; cualquier carencia (intelectual, erótica, informativa,
cognitiva, educativa o lo que fuera) puede ser eficiente y rápidamente cubierta
por una prótesis virtual.
En el mundo de la realidad la
situación no es menos alarmante. El desarrollo tecnológico cubre cada vez más
espacios que hasta no hace mucho dependían de la habilidad, capacidades e
inteligencia humana. Nuestras falencias físico-estéticas las cubren ahora un
arsenal cada vez más complejo de tecnologías de implante, a nuestra soledad el
Facebook, a nuestros miedos los híper-sofisticados sistemas de vigilancia y
alerta satelitales, a nuestras cuentas bancarias las centrales de riesgo de
interconectividad múltiple e instantánea, a nuestra inteligencia los
supercomputadores como la Tianhe-2 que realiza 33 cuatrillones de operaciones
por segundo. Se estima que para el 2050, más de 2 tercios de las labores
domésticas las ejecutarán robos dotados de inteligencia artificial. En breve,
todas las facultades del hombre se resumirán a un algoritmo.
Las Redes Sociales han invadido
nuestra privacidad de forma sistemática, y lo peor de todo, con el absoluto
consentimiento nuestro. En cuestión de segundos todos los que forman nuestras
listas, (a lo que se suma todos los que comparten nuestro mensaje con sus
propias listas) habrán leído el mensaje. Hoy felicitamos al recién casado por
Facebook, damos pésames, consolamos al deprimido, aconsejamos al angustiado,
insultamos el opositor, denostamos al adversario, hacemos invitaciones,
buscamos trabajo, formalizamos citas, mandamos piropos y si nos es posible
adjuntamos foto y video.
Llegará un momento en que ningún
acto que podamos calificar como “social” escape al entorno de las redes, a la
sofisticación tecnológica o a la inteligencia virtual. Se me ocurre que llegado
ese instante en el desarrollo de la especie, habremos eliminado de la
subjetividad humana uno de sus derechos más profundos y probablemente más
constructivos: el derecho a la soledad. Para entonces nuestro más fiel
compañero, nuestro confidente, el cómplice más próximo llegará con marca y
código; algo así como Samsung S6
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