viernes, 6 de septiembre de 2013

Un Síndrome Delincuencial

Estábamos acostumbrados a convivir von la corrupción de los funcionarios públicos, pero, hasta hace poco era relativamente sencillo distinguir entre un funcionario corrupto, y una estructura corrupta. Cuando se descubría algún “negociado” se afectaba sin duda la imagen del gobierno en su conjunto, pero quedaba relativamente claro que ese funcionario corrupto aprovechaba su posición para delinquir, ¡había una oveja negra en el rebaño! empero, otra es la situación cuando todo el rebaño es de ovejas negras. En la perspectiva sociológica podría decirse que la diferencia entre el primer y segundo caso, marca la diferencia entre un “estado corrupto” a otro “delincuencial”

Parece que eso es lo que la percepción ciudadana experimenta en la actualidad. La certeza cada vez más afianzada y respaldada por la cadena de acontecimientos oscuros que rodean la administración estatal, empieza a dejar claro que no es el apetito individual de los arribados lo que se expresa en la ola de escándalos que sacude el gobierno desde su misma instauración, sino que, se trata de una estructura en la que casi todo está permitido y asegurado. Lo que parecía un efecto asociado a la natural borrachera de poder que suele experimentar un gobierno cuando se siente imbatible y eterno, ha dado paso a la sensación generalizada de que la resaca comporta un ilimitado disfrute del Poder más allá del bien y del mal, síntoma claro de un síndrome delincuencial.

Los “accidentes” ya no son la excepción, sino la norma. La impunidad selectiva y una administración de justicia orientada solo a los disidentes y opositores, crea las condiciones ideales para este paraíso de sombras. Todo indica sin embargo que los discursos explicativos se agotan, los hechos los desmienten dramáticamente; el Jefe Antinarcóticos termina preso por narcotráfico, el jefe policial anticorrupción termina preso por corrupto, a lo que se suma que los hechos se empiezan a relacionar en el tiempo, curiosas relaciones “de trabajo” empiezan a mostrar ramificaciones insospechadas; no es uno, aislado, osado, confiado y desprevenido, son demasiados, todos juntos y bajo una misma estructura. Esta es una cuestión delicada, pues puede pasar lo mismo que sucede cuando un castillo de naipes pierde una carta: se caen todas.