
Un silencio cómplice acompaña la dictadura venezolana. Ni la Carta Democrática Interamericana, ni los múltiples tratados suscritos pomposamente en defensa conjunta de la democracia en nuestros países, ni la aplicación de los tratados que aseguran el respeto a los Derechos Humanos parecen estar en la mente de las democracias latinoamericanas en vigencia. En el entorno, un coro de émulos fallidos hace albortos mediáticos a favor de la dictadura caraqueña. Es posible que el estratégico poder petrolero venezolano haga de mordaza, pero tan valioso atributo puede fácilmente transformarse en un boomerang que termine cortando las cabezas de los discretos cómplices. Hoy la mordaza es el petróleo, mañana podrá ser la raza y pasado mañana la crisis financiera. El cómodo y hasta cierto punto traidor mutismo de Brasil, de Chile o cualquier otra nación democrática de la región más parece un juego pirotécnico que una estrategia diplomática, empero, se olvida miedosamente que con más frecuencia de lo que se cree, esta suerte de pirotecnia política termina quemando las praderas, y por regla general, sobre sus cenizas suelen levantarse los pueblos.