jueves, 22 de septiembre de 2022

 

La búsqueda de una solución de continuidad histórica

Hace ya algún tiempo vengo sosteniendo que el momento que atravesamos obedece a la ausencia de un derrotero histórico que plantea desafíos que las generaciones que nacieron durante el periodo de vigencia del estado nacionalista que fundó el MNR en 1952, no conocimos.

Los procesos de transformación histórica que ejecutó el MNR marcaron el desarrollo de la sociedad boliviana en los parámetros que exigía la modernidad y el capitalismo. El MNR inicio el proceso por medio del cual Bolivia abandonó el siglo XVIII, feudal y oligárquico en que habían sumido el país las oligarquías de la plata y luego del estaño y situó el país en los escenarios de la modernidad triunfante.

Entre 1952 y 1954 los pongos y los peones se erigieron como ciudadanos con derechos y obligaciones, el voto universal los ciudadanizó. La tierra era de quien la trabaja y las minas pasaron al estado. El origen de estas medidas había surgido mucho antes, en 1920 un pequeño grupo denominado Partido Obrero Socialista lanzó por primera vez la consigna “tierras al pueblo y minas al estado”, de ahí en adelante y sobre todo por la derrota del chaco, el conjunto de medidas que ejecutaría el MNR mostraron e camino que conocemos como Revolución Nacional.

La Revolución Nacional transformó el país, pero por diferentes acontecimientos, y sobre todo porque la revolución liberó todas las fuerzas que cobijaba el país, experimentamos semiciclos caracterizados por la dictadura de corte fascista, democracia liberal desde el 82, el socialismo a medias de Torres el 71 y un populismo indigenista desde el 2006 con el MAS en el poder. el MAS concluyó lo que el MNR había dejado pendiente, ejecutó una inclusión social real a despecho de la inclusión formal que ejecutó el MNR y transformó la imagen del estado. La Revolución Nacional había soñado con una emancipación de los indígenas y su incorporación a la esfera de la modernidad ciudadana en los términos en que lo exige el capital.  El MNR la inició con el voto universal, la participación popular y la Reforma Agraria y la concluyó el MAS, que entre otras cosas no habría existido sin la revolución de abril.

Hoy el MAS ha concluido su misión histórica, que fue en realidad la culminación del proyecto nacionalista. Ya no tiene nada más que hacer y en consecuencia, ya no tiene un proyecto de sociedad y se limita a repetir el mismo discurso desde hace 16 años. Si pasó por la historia a paso de vencedores fue porque cerraba el ciclo del 52 y hacia lo que el MNR no se atrevió a hacer.

Esta ausencia de un proyecto de estado que le proponga a la sociedad nuevos derroteros, un horizonte porque se deba luchar, un modelo de sociedad y un margen de certidumbre, es lo que produce la sensación de que el país macha a la deriva y que no se avizoran nuevas propuestas y menos nuevos liderazgos.

Experimentamos un momento de transición entre el estado del 52 que se había nutrido de las fuerzas populares, y la poderosa emergencia de los ciudadanos que alimentan todas las formas del Poder en la actualidad. Desde aquellas que se estructuran como plataformas, como agrupación, o como vecinos que se agrupan en una avenida en defensa de sus derechos e intereses particulares. Son identidades surgidas de la cotidianidad y ahí radica su Poder.

Ya no creen en nada de lo que hace apenas 20 años parecía ser una síntesis impecable de la realidad. Hoy, la ciudadanía múltiple, diversa, multicultural y pluriétnica, sin filiación política, sin ideología, sin militancia partidaria y sin proyecto de estado es el actor de primera línea, el nuevo interlocutor frente al estado.

Esta difícil transición en la búsqueda de una solución de continuidad histórica, de un  proyecto, de una organización que de cuenta de la nueva realidad, de una ideología que fusione lo local y lo global en el ámbito de la democracia, que es el único lugar donde conviven en paz todos los diferentes, es lo que nos produce la sensación de extravío, y lo que permite que las más descabelladas y frecuentemente autoritarias medidas del gobierno se ejecuten como demostraciones de un poder que ya no tienen.

Vivimos, en síntesis, una transición peligrosa y difícil en donde es el ciudadano de a pie el que finalmente ha de decidir el curso de la historia, y eso, llena de terror a los que construyen ficticios movimientos sociales, imaginarias organizaciones políticas y ejércitos de corrupción y amedrentamiento que más pronto de lo esperado caerán como castillos de naipes.


 La búsqueda de una solución de continuidad histórica

Hace ya algún tiempo vengo sosteniendo que el momento
que atravesamos obedece a la ausencia de un derrotero histórico que plantea desafíos que las generaciones que nacieron durante el periodo de vigencia del estado nacionalista que fundó el MNR en 1952, no conocimos.

Los procesos de transformación histórica que ejecutó el MNR marcaron el desarrollo de la sociedad boliviana en los parámetros que exigía la modernidad y el capitalismo. El MNR inicio el proceso por medio del cual Bolivia abandonó el siglo XVIII, feudal y oligárquico en que habían sumido el país las oligarquías de la plata y luego del estaño y situó el país en los escenarios de la modernidad triunfante.

Entre 1952 y 1954 los pongos y los peones se erigieron como ciudadanos con derechos y obligaciones, el voto universal los ciudadanizó. La tierra era de quien la trabaja y las minas pasaron al estado. El origen de estas medidas había surgido mucho antes, en 1920 un pequeño grupo denominado Partido Obrero Socialista lanzó por primera vez la consigna “tierras al pueblo y minas al estado”, de ahí en adelante y sobre todo por la derrota del chaco, el conjunto de medidas que ejecutaría el MNR mostraron e camino que conocemos como Revolución Nacional.

La Revolución Nacional transformó el país, pero por diferentes acontecimientos, y sobre todo porque la revolución liberó todas las fuerzas que cobijaba el país, experimentamos semiciclos caracterizados por la dictadura de corte fascista, democracia liberal desde el 82, el socialismo a medias de Torres el 71 y un populismo indigenista desde el 2006 con el MAS en el poder. el MAS concluyó lo que el MNR había dejado pendiente, ejecutó una inclusión social real a despecho de la inclusión formal que ejecutó el MNR y transformó la imagen del estado. La Revolución Nacional había soñado con una emancipación de los indígenas y su incorporación a la esfera de la modernidad ciudadana en los términos en que lo exige el capital.  El MNR la inició con el voto universal, la participación popular y la Reforma Agraria y la concluyó el MAS, que entre otras cosas no habría existido sin la revolución de abril.

Hoy el MAS ha concluido su misión histórica, que fue en realidad la culminación del proyecto nacionalista. Ya no tiene nada más que hacer y en consecuencia, ya no tiene un proyecto de sociedad y se limita a repetir el mismo discurso desde hace 16 años. Si pasó por la historia a paso de vencedores fue porque cerraba el ciclo del 52 y hacia lo que el MNR no se atrevió a hacer.

Esta ausencia de un proyecto de estado que le proponga a la sociedad nuevos derroteros, un horizonte porque se deba luchar, un modelo de sociedad y un margen de certidumbre, es lo que produce la sensación de que el país macha a la deriva y que no se avizoran nuevas propuestas y menos nuevos liderazgos.

Experimentamos un momento de transición entre el estado del 52 que se había nutrido de las fuerzas populares, y la poderosa emergencia de los ciudadanos que alimentan todas las formas del Poder en la actualidad. Desde aquellas que se estructuran como plataformas, como agrupación, o como vecinos que se agrupan en una avenida en defensa de sus derechos e intereses particulares. Son identidades surgidas de la cotidianidad y ahí radica su Poder.

Ya no creen en nada de lo que hace apenas 20 años parecía ser una síntesis impecable de la realidad. Hoy, la ciudadanía múltiple, diversa, multicultural y pluriétnica, sin filiación política, sin ideología, sin militancia partidaria y sin proyecto de estado es el actor de primera línea, el nuevo interlocutor frente al estado.

Esta difícil transición en la búsqueda de una solución de continuidad histórica, de un  proyecto, de una organización que de cuenta de la nueva realidad, de una ideología que fusione lo local y lo global en el ámbito de la democracia, que es el único lugar donde conviven en paz todos los diferentes, es lo que nos produce la sensación de extravío, y lo que permite que las más descabelladas y frecuentemente autoritarias medidas del gobierno se ejecuten como demostraciones de un poder que ya no tienen.

Vivimos, en síntesis, una transición peligrosa y difícil en donde es el ciudadano de a pie el que finalmente ha de decidir el curso de la historia, y eso, llena de terror a los que construyen ficticios movimientos sociales, imaginarias organizaciones políticas y ejércitos de corrupción y amedrentamiento que más pronto de lo esperado caerán como castillos de naipes.


 

La crisis del MAS: entre dogmas socialistas y prejuicios raciales

La misión histórica del MNR y del MAS se ha consumado, la consecuencia estructural de este final se expresa en la crisis de ambos partidos. El MNR hizo crisis cuando el modelo neoliberal penetró a tal punto sus estructuras ideológicas y programáticas, que terminó por eclipsar del todo el sentido histórico del nacionalismo que había encarnado desde inmediatamente después de la Guerra del Chaco, reflejado paradigmáticamente en Busch y Villarroel. El MAS hace crisis el momento en que ya no tiene nada más que hacer en la historia, en tanto y en cuanto todo lo que estaba destinado a hacer era consumar el proyecto de consolidación del Estado Nacional en el horizonte de la modernidad que es, por naturaleza, multicultural y pluriétnica. La refundación del Estado en un Estado Plurinacional fue la forma que adoptó simbólicamente la consumación del proyecto histórico del nacionalismo revolucionario más allá incluso de sus actores políticos de primera línea.  Que el MAS-IPSP cometió el garrafal error de racializar el proceso de inclusión es un acto de orden histórico cuyas consecuencias la vivirá el país durante mucho tiempo aún.

Derivado de este proceso, la crisis del MAS-IPSP deviene como una consecuencia estructural. Refleja un momento en que la sociedad exige un proyecto de Estado diferente al que vivimos en los últimos 70 años, y el MAS no lo tiene, siempre trabajó bajo proyecto estatal del nacionalismo revolucionario. En su interior pugnan dos fuerzas antagónicas, una, encarnada por Evo Morales marcada por pulsiones de orden ideológico aferradas a una visión propia del socialismo del siglo pasado, y la otra, encarnada por David Choquehuanca cuyas pulsiones emergen de una estructura mítico-indigenista aferrada a una lectura indianista andina. Ni la una ni la otra tienen posibilidades en el siglo XXI, tanto como ninguna de las dos podrán encontrar un escenario común, la primera, la de Evo se nutre de principios y dogmas ideológicos, la segunda, la de Choquehuanca, de prejuicios raciales, por esa razón son irreconciliables. Arce Catacora cuyo paso por el gobierno solo deja una ininterrumpida interrogante sobre su destino, sus objetivos y proyección, es la muestra dramática de quien está en medio de algo absolutamente coyuntural, es, de alguna manera, el interregno de la lucha interna ente dos polos irreconciliables. Por sí mismo no es socialista ni es liberal, no es indianista ni es “clasemediero”, no es obrero y tampoco campesino, no representa nada más que un mero accidente de la historia.

En el contexto de esta crisis, es sin duda importante el papel de la oposición. Sobre esto habría que notar que la oposición no logra cristalizar en un proyecto sustitutivo porque tampoco ha comprendido del todo el curso que ha tomado la historia, intuye la transición entre dos épocas y le resulta difícil construir una solución de continuidad histórica, cosa, por lo demás, propia de los momentos de transición.

Si las décadas pasadas se distinguieron por un profundo rechazo ciudadano a los partidos y el ocaso de las ideologías, hoy la sociedad exige nuevas ideologías y nuevas organizaciones políticas. No es, como se cree, que el desprestigio de los partidos los ha condenado al olvido, lo que ha quedado archivado es lo que hacían y los paradigmas con que descifraban el país. Hoy todos parecen coincidir en que necesitamos nuevas organizaciones políticas y una ideología capaz de articular con una sociedad civil que ya nada tiene que ver con la que marcaba el curso de la historia hasta los principios del siglo XXI. Los obreros pasaron a segundo plano, los campesinos los sustituyeron, las clases medias se empoderaron, la burguesía como siempre hace un juego de péndulo y en medio de todo emergieron las identidades a despecho de las clases sociales que, además, perdieron perfil como producto del desarrollo de las fuerzas productivas. Vivimos la emergencia de las identidades y de la multiculturalidad. Valen tanto las demandas de las amas de casa como las de los miembros de una organización LGTB. Son igualmente legitimas las demandas de los fabriles que las de los emprendedores, esta nueva dinámica ha creado un nuevo fenómeno, el de la emergencia de la ciudadanía, vivimos el tiempo del ciudadano que se define por sus propias expectativas y modos de ver el mundo, lucha por sus derechos y ha dejado en el olvido la “lucha de clases” como el “motor de la historia” en palabras de Marx. Las grandes luchas políticas hoy en día están determinadas por la cotidianidad, por las expectativas particulares de cada sector de la sociedad en el único escenario que permite un juego tan diverso; la democracia. Nada de esto hace parte de la lectura masista encapsulada por un lado en las doctrinas marxistas derrotadas por la historia, y por otro en las reminicensias de un pasado consumado e irrepetible. Ese es el verdadero origen de su crisis.