
Este viejo principio es una constante en el ejercicio del Poder, sin embargo, no en todos los tiempos se aplica de la misma manera. La forma en que lo aplicó el régimen Nazi, Mussolini o Stalin difiere mucho de la forma en que lo hizo, Paz Estenssoro, Juan José Torres o cualquier otro presidente del periodo democrático real, su instrumentalización varia de forma substancial cuando los fines se inscriben en el ámbito de la democracia, o cuando estos más bien se adscriben a las tendencias totalitarias y dictatoriales. En este último escenario ninguna acción del Estado o de sus líderes es confiable porque el aparato estatal entero se ha puesto al servicio de la mentira y la falsedad. En los escenarios democráticos los medios guardan una relación con los fines dentro los marcos de lo permitido. En los regímenes totalitarios funciona a la inversa porque el objetivo es precisamente exceder las normas vigentes a efectos de trastocar el orden establecido independientemente de de su legalidad, la famosa frase “dale nomás, después lo arreglan mis abogados” da cuenta de esta visión de Poder, probablemente esta sensación que flota en el ambiente se deba a la aguda percepción popular (y el pueblo no se equivoca) de que una auditoria del actual gobierno, dejaría un saldo de mentiras demasiado grande como para creer que todo lo que dice, firma o sugiere sea cierto.