En
nuestro medio, con cierta facilidad se tiende a identificar como regímenes
populistas todos aquellos gobiernos que surgen
en países cuyos niveles de desarrollo muestran un retraso considerable
frente a los países del primer mundo, esta imagen sin duda es un producto natural
de las frustraciones históricas que nuestros pueblos sufrieron a lo largo de su
historia y como una consecuencia natural del estado crónico de postración. Se
considera que las clases dominantes y las potencias externas son los
responsables y beneficiarios de este estado de cosas. Esta sin embargo no es la
regla, populismos han surgido en países altamente desarrollados a pesar del
bienestar general de su población y de altos estándares de vida, de ahí que
para algunos estudiosos este fenómeno político señala los límites de la democracia
representativa, lo que de alguna manera parece cierto en el caso de la actual
administración en los Estados Unidos, y en otros, una reacción generada en las
“periferias más turbulentas” de la democracia, lo que se ajusta mejor al caso
de Evo Morales. En ambos sin embargo, se pretende reordenar los términos del
discurso político, redefinir las relaciones políticas de las fuerzas
involucradas y construir nuevas identidades. Trump en este sentido se instala
en el campo político norteamericano como la negación más clara de las políticas
del partido demócrata, Evo, como la negación más radical de las políticas
democrático-liberales que acompañaron gran parte del siglo XX en Bolivia, ambos
manifiestan un explícito desdén por las formas de la democracia formal de
occidente.
Los
populismos se dan cuando por diferentes razones, algunos sectores de la
sociedad perciben que hay un déficit en la identidad cultural y social que los
cobija. Desde esta perspectiva, Trump considera que el espíritu (entiéndase la
identidad) de los Estados Unidos ha sido avasallada por millones de migrantes externos y la fuga de
sus mejores hombres a paraísos productores de bajo costo en mano de obra
allende de sus fronteras. La deportación masiva y los muros de contención están
pensados en el horizonte ideal del “american way of life” y este es en esencia,
el mejor producto de la cultura americana en su época de gloria. El “estilo de
vida americana” era en su momento, la mejor forma de vivir que había producido
la modernidad. Evo Morales por su lado apela al sentido de raza que en su
criterio determinó el curso histórico del Estado Nacional. Para él la mejor
manera de vivir, el ser mismo de la identidad exitosa pasa por reconstituir la
cultura originario-campesina como horizonte natural de la nación y el Estado. En
ambos los mueve la idea de que reconstruir un Estado fuerte y poderoso, pasa
por revalorizar sus propias identidades culturales. En este sentido, el muro de Trump es a la identidad
norteamericana, lo que la Etnización del Estado al Proceso de Cambio.
El
dispositivo que permite esta reconstitución identitaria afinca en la necesidad
de reinventar la sociedad y la política en estricta sujeción a los valores más
profundos de su cultura, y en consecuencia, otro rasgo que comparten es un
nacionalismo exacerbado que funciona como una coraza protectora frente a los
enemigos tanto internos como externos. En el horizonte discursivo del
populismo, “los malos de afuera”
(sentencia tantas veces repetido por Trump) y el “enemigo externo” (sentencia
tantas veces repetida por Evo) dibujan el perfil del “otro”, categoría tan
ambigua como excluyente en la que caben todos aquellos que no comparten sus
idearios, y que incluye a todos los que aceptan sus postulados. Trump y Morales
tienen en común la construcción de un “otro” que no acepta ningún punto de
inflexión; “o estás conmigo o estás contra mi” es el enunciado que mejor
describe el manejo ideológico y político del populismo, de ahí que éste se
aproxima con tanta frecuencia a las
formas siempre difusas del fascismo clásico.
Otro
elemento que caracteriza el populismo moderno está dado por las tensiones
generadas en torno a los mecanismos de representación social. El discurso
populista da por sentado que actúa en nombre de los no representados, y que en
consecuencia, es una expresión de los invisibilizados por el Estado y
vapuleados por el Poder. Para ambos dignatarios de Estado, su presencia
garantiza un nivel de representación inédita en la medida en que –a su manera y
bajo las peculiares condiciones de cada sociedad- simbolizan “el retorno de lo reprimido”. Para
el líder norteamericano significa restituir un sistema de representación que
privilegia el sentido americano en el amplio concierto de su pluralidad social
(USA es sin tapujos un país de migrantes desde su fundación). Se trata de un
acto por definición conservador. Para el líder boliviano representa la victoria
de un sistema de representación social, cultural y política que finalmente derrotó
la estructura de representación colonial. Una sutil diferencia los separa; la
representación populista comandada por Trump podría calificarse de “representación
reprimida”, la de Evo Morales en cambio de “representación represora”, ambos,
empero, intervienen las profundidades simbólicas y objetivas de la política.
Sin
duda, las semejanzas y las diferencias entre ambos populismos van mucho más
allá de lo que cabe en un artículo de prensa, empero, las semejanzas más que
las diferencias impusieron de inmediato la necesidad teórica de replantearnos
un debate sobre los fenómenos del Poder en la modernidad tardía y sus
consecuencias en el curso inmediato de la historia.
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