Es evidente que el Movimiento al
Socialismo en lo referido a las elecciones del próximo año no tiene un plan B,
el único plan que mantiene y mantendrá a como dé lugar es la candidatura de Evo
Morales y, eventualmente, García Linera.
No existe de momento ninguna otra opción que no sea el caudillo. Las razones
pueden ser variadas pero la fundamental obedece a que la década de su gobierno
no solo le resultó insuficiente para implementar un modelo Estatal originario,
sino que además -un poco tarde- se ha dado cuenta que malgastó mucho de todo. Para
el oficialismo, la imposibilidad de pensar en otro candidato que no sea Evo
empieza a transformarse en una camisa de fuerza que terminará minando las
fuerzas masistas de forma irreversible. La eliminación de Evo como candidato
desataría al interior de ese partido una hecatombe y eclosión de intereses
particulares que ya hemos empezado a vislumbrar tímidamente.
Para la oposición, estructurar
una candidatura unitaria capaz de competir con el oficialismo de forma eficiente
significaría su única garantía de sobrevivencia, no lograrlo equivale a un suicidio
voluntario y postergaría por mucho tiempo sus posibilidades históricas en la
medida en que, quien logre unir las fuerzas políticas de oposición frente al
oficialismo en estas próximas elecciones, habrá logrado su pase al futuro
inmediato en condiciones excepcionales.
Mientras para el MAS Evo se ha
transformado en la única carta que garantiza un mínimo de seguridad y avance al
futuro, para la oposición su unidad y coherencia se han transformado en la
única posibilidad de exitosa sobrevivencia política, empero, ambas fuerzas se
juegan su futuro y esto es lo que hace de la coyuntura un momento de inflexión
histórica que solo acepta dos opciones:
la consolidación de un régimen totalitario o la restitución de un sistema democrático,
ambos son, figurativamente, químicamente incompatibles. No admiten puntos
medios.
La interrogante que emerge frente
a estas disyuntivas hace parte de la opción política de cada ciudadano, pero,
curiosamente, no sugiere una interrogante política. La pregunta que debe
responde cada boliviano es más bien existencial: ¿Qué país quieres para tus
hijos?
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