jueves, 21 de febrero de 2013

Benedicto XVI y los Eternos Candidatos

La renuncia del Papa Benedicto XVI sorprendió al mundo entero, la decisión del Santo Padre no estaba prevista ni hacía parte de las modalidades de terminar un pontificado desde hacía 600 años, en realidad es probable que muy pocos hombres a lo largo de seis siglos hubieran imaginado la renuncia de un Papa, no es un procedimiento adscrito a lo que la mayoría de nosotros imaginamos como el fin de una autoridad de ese rango y trascendencia. Las razones dadas por el renunciante son absolutamente razonables: estoy cansado y mi salud no me permite ejercer el cargo de forma adecuada, en otras palabras, no quiero hacerlo mal. Una brillante declaración de honestidad que da cuenta de la entereza moral del Papa y de su sentido de responsabilidad para con la extensa comunidad Católica Apostólica y Romana. Se trata, empero, de una decisión humana asumida por un hombre de calidad moral.
El alejamiento del Papa contrasta con la pobreza moral de hombres como los hermanos Castro, cuya ambición de poder llevó a Cuba a una tiranía de medio siglo y el reinado de la miseria, las pretensiones continuistas de Evo Morales, el triunfalismo del presidente ecuatoriano, el desenlace casi surrealista de un enfermo terminal como Chávez o la arrogante continuidad de la mandataria argentina. Todos estos casos expresan la precariedad moral de estos personajes aferrados a sus puestos y las prebendas del poder, imaginando exóticas “movidas”, inventándose forzados preceptos legales, decapitando adversarios y dilapidando las arcas del estado en campañas electorales encubiertas. Qué lejos se ven de un hombre que renuncia al papado -la institución más poderosa del mundo católico- al simple reconocimiento sus limitaciones. Nadie le echó en cara si lo hacía bien o mal, si su comunidad lo aceptaba o lo rechazaba, fue más simple, más humano, se impuso la responsabilidad para con millones de católicos frente a la eventualidad de no hacerlo bien. Si los Castro o los Kirchner, los Morales o los Chávez tuvieran una centésima de la calidad de Benedicto XVI, hacía rato que hubieran meditado seriamente en torno a la calidad de sus actos, pero no podemos pedirle peras al olmo, no están hechos para los actos de grandeza humana, se mueven dentro los oscuros pasillos de su mediocridad apocalíptica.