Este título podría ser un buen
slogan para las generaciones actuales, no es –empero- mi intensión abordar este
tema. Veamos. Con demasiada frecuencia, declaraciones de hechos políticos,
actos de Poder o argumentaciones emitidas como fundamento del accionar en los
regímenes populistas, a más de herir la inteligencia del hombre común, desafían
la lógica ciudadana. Cualquiera acostumbrado a manejarse en una democracia y un
sistema de valores en que las cosas que se hacen o se dicen mantienen
coherencia y se muestran como expresiones naturales de la vida cotidiana, queda
desconcertado cuando por ejemplo, nos enteramos que un criminal ex presidiario con
dos asesinatos a cuestas es nombrado Presidente del Tribunal Supremo en
Venezuela. Que si no se apoya a Evo “el sol se esconderá y la luna se escapará”,
(A. García Linera) que hay que
sacrificar a los caballos por ser una herencia de la colonia (Evo Morales), que
el dictador Maduro cuyo gobierno llevó a Venezuela al colapso total y la
miseria absoluta no tenga ningún inconveniente en declarar que “Él es el
camino” para la grandeza venezolana. Que
un tribunal supremo con 65 denuncias judiciales sea el encargado de administrar
la justicia en Bolivia y declarar procedente una re-postulación
antidemocrática, o que se construye un estadio de futbol para 1.500
espectadores en un pueblo (Pucara) con exactamente 1500 habitantes incluidos
bebés recién nacidos y ancianos al borde de la muerte ¿Cuál es límite del
discurso populista?. Parece que al menos
de momento, no tiene límite alguno, lo que en realidad no debiera asombrarnos.
Todos los regímenes de corte fascista, sean estos de derecha (como el nazi) o de izquierda, (como el fascismo
estalinista) hacen uso intensivo de esta
estrategia, porque cualquier límite en el razonamiento, cualquier lógica
aplicada a la realidad los desnuda y la ambigüedad, que es la cuna de su Poder,
se hace añicos.
Si de algo requieren los regímenes
de corte totalitario, particularmente los populistas (que no son más que una
variante del fascismo) es permanecer dentro los límites de un discurso ambiguo
en que cualquier cosa tenga cabida, y en consecuencia, sea relativamente fácil
deslizar la fantasía, la imaginación perversa o la mentira desembozada como verdades
incuestionables. Todos sabemos –sin embargo- que la mentira tiene patas cortas. Cuanto más
cortas, más cerca esta su final.