
Así planteado el conflicto la pregunta es si esta polaridad puede dar frutos. Habría que ponerlo así: ¿Pude Bolivia ser un Estado Ayamara prescindiendo de la poderosa participación del oriente boliviano? Desde la óptica económica eso no es posible. En términos productivos y su participación en la generación de riqueza social el Estado no sobrevive sin el Oriente, como contrapartida, sin el occidente tampoco sobrevive el oriente, en última instancia el occidente es su mercado de estabilidad, y no el mercado externo. Un buen marxista leninista nos diría que esa es la contradicción fundamental. Ese es el croquis de la batalla final.
Para los ideólogos del actual régimen la solución de este antagonismo pasa por reconocer que el optimo posible de una sociedad mejor y en paz se daría a través del “socialismo comunitario”, “socialismo que no tiene definición al ser una categoría en construcción” según sus mentores. El imaginario que actúa detrás de esto es la estructura originaria aymara; la comunidad aymara. En la perspectiva del oriente boliviano esto adolece de una ceguera peligrosa, pues el modelo comunitario en que se basa no tiene nada que ver las formas culturalmente aceptadas de la comunidad de tierras bajas, y menos con una perspectiva libre y democrática. Ambas visones colisionan, es más, no encuentran un punto de resolución, son antagónicos por definición. Lo peligroso -aunque no es una novedad en el curso de la historia- es que ninguna de las dos tiene los recursos histórico-culturales para derrotar a la otra. Una suerte de “empate catastrófico” marca el destino inmediato de nuestro país. En ese escenario, con luces y sombras cada uno de nosotros será protagonista del futuro, futuro que para muchos viene al son de bayonetas y enfrentamientos. Ojala los unos y los otros comprendieran que la única lección duradera de la historia, es la que labra pacíficamente, si no lo creen pregúntenle a Mandela.