lunes, 3 de octubre de 2022

 

Un cabildo ciudadano


Cuando el MAS decidió suspender su contra-marcha frente al cabildo del 30 de septiembre, quedó claro que la percepción generalizada indicaba que la convocatoria de la Comisión Interinstitucional y el Comité Cívico gozaban del apoyo ciudadano, ciertamente el MAS no lograría reunir un millón y medio de ciudadanos ni vaciando las arcas del fisco.

La apreciación meramente numérica, empero, no da cuenta de la magnitud del fenómeno. Primero porque la asistencia fue voluntaria y en consecuencia denota una conciencia democrática orientada a defender sus intereses como sociedad, y segundo, porque lo que entendemos por “conciencia democrática” nos señala una asimilación a los parámetros de la modernidad que distinguen la sociedad cruceña. En otras palabras, solo cuando los miembros de una sociedad asimilaron su condición de ciudadanos libres, es cuando la modernidad ha transformado a los actores y los constituye en agentes de cambio. Eso, sin duda, contrasta de manera frontal con la visión pachamamista (casi mítica) que subyace las visiones de Poder del MAS. Lo que el cabildo mostró, más allá de los números, es un nivel de ciudadanía propia de la modernidad de occidente.

¿Qué significa una ciudadanía moderna en el contexto histórico nacional? En primer término, la certeza de que el Poder instituido debe someterse a la voluntad del pueblo no solo de manera discursiva (hoy sobran los grandes discursos) sino de una manera real, transparente, eficiente y objetiva, y en segunda instancia, que por muy poderoso que se crea el caudillo jamás podrá vencer la voluntad ciudadana.

Hace dos décadas atrás para que un partido, una institución o cualquier organización civil pudiera generar una respuesta como la que vimos en el cabildo, se requería que el andamiaje ideológico sea capaz de seducir la voluntad ciudadana al punto de generar comportamientos reales, fidelidad a los dogmas, obediencia a los instructivos, absoluta sumisión a los preceptos ideológicos. Así funcionaba el marxismo, el nacionalismo y el liberalismo desde el siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Hoy las cosas han cambiado, los ciudadanos no necesitan credos ideológicos, no requieren de “aparatos” capaces de generar consignas, no necesitan caudillos, tienen cierta aversión a los liderazgos prefabricados y detestan las ideologías que funcionan como una coraza de fuerza que aprisiona el pensamiento crítico y que secuestra el pensamiento libre, les basta su propia libertad.

No solamente es que los ciudadanos acuden a una protesta porque requieren parámetros actualizados para la distribución de recursos económicos, de curules y de presencia en las instancias gubernamentales, es mucho más que eso, es la constatación empírica de que la dinámica de su accionar y su presencia en el devenir histórico funciona en dimensiones en las que las clases sociales (burguesía, proletariado, pequeña burguesía) que constituyeron el núcleo de las interpretaciones y las estrategias pasadas ya no funcionan para comprender los tiempos actuales. Hoy en día las clases, las ideologías, los partidos enchapados en el siglo XX son piezas obsoletas que no logran comprender cómo más de un millón de ciudadanos protestan sin más consigna que la conciencia clara de que tienen derechos inalienables e innegociables.

El problema del MAS es que no ha comprendido que la historia avanza y nunca retrocede, que los tiempos han cambiado incluso por efecto de la “década de oro” en que el dinero llegaba a borbotones, que vivimos una sociedad ciudadana más allá de las razas y las etnias y los mitos y ese afán desmedido por negar la historia nacional que, finalmente los está enterrando, y que no hay nada más poderoso que la conciencia ciudadana. El cabildo fue eso, la emergencia pragmática de una conciencia propia de la modernidad que, independientemente de su objetivo estratégico (el censo) es la más clara evidencia de que quien quiere gobernar este país debe pensarlo diferente, debe alinearlo en el siglo XXI, debe asimilar las pulsiones de la postmodernidad y el post-capitalismo, en suma, debe ser un ciudadano libre en plenitud.