EVO, MESA Y UNOS CANTOS DE SIRENA
Por: Renzo Abruzzese
Un precioso mito homérico relata
que los antiguos marineros griegos eran seducidos y engañados por unas
preciosas sirenas cuyos cantos lograban que pidieran la razón. La expresión se utiliza metafóricamente para
señalar un discurso elaborado con palabras agradables y convincentes, que esconden alguna seducción o engaño”. Eso
es exactamente lo que encarna la presencia del MAS en el Poder.
La esperanza de que Bolivia pudiera
encontrar un tiempo nuevo en cuyos vericuetos los sistemas de representación
reeditaran la presencia ciudadana que los partidos “tradicionales” habían
perdido, encontró en el MAS y Evo Morales una vertiente de esperanza. Morales
se erigía como el hombre que reinstalaba las aspiraciones del ciudadano de a
pie, reconstruiría un país para los bolivianos sin distinciones odiosas. Poco
tiempo se requirió para comprender que aquello no fue más que un canto de
sirena, a la vuelta de la esquina la sombra de un régimen racista y doblemente
discriminador se erigía como la ideología oficial. Pasamos del racismo y la
discriminación criollo-mestiza, a una discriminación y racismo aymaracentrista.
Los mestizos -dijo Linera- “no existen”. En el ambiente se respiraba un
odio de razas que antes, si existía, nunca hirió de muerte la subjetividad
social boliviana. Todos percibimos que invertir el sentido del razismo que
acompañó la historia de nuestros pueblos, no hacía del régimen un gobierno
menos racista que los anteriores, de hecho, el boliviano común “sentía” que
nunca como con Morales la sociedad se había vuelto efectivamente racista.
Cuando Morales tomó el Poder,
llegó acompañado de un halo de honestidad y credibilidad que lo animó a
prometer un gobierno que por ninguna razón cometería los excesos que habían
debilitado y finalmente sentenciado a muerte a todas las fuerzas políticas hasta
ése momento vigentes. El sistema político “neoliberal” se vino abajo porque
había perdido credibilidad salpicado de corrupción. Morales se erigía frente a
esto como “la reserva moral del mundo”. Sus promesas –empero- se desmoronaron a
menos de un año de gestión cuando el todo poderoso Santos Ramírez, tercer hombre del MAS y alto
dirigente del IPSP cayó al descubrirse un negociado en YPFB, con un muerto de
por medio. Una operación gansteril impensable desde la imagen que el régimen se
empeñaba en difundir. Aquella corona de honestidad que Morales proclamaba al
mundo se vino abajo para develar que todo el discurso moralista de su gobierno
no era más que otro canto de sirena.
De la vorágine de atropellos,
medias verdades y mentiras poco piadosas de las que echaba mano el régimen para
justificar lo injustificable, nació la pregrina idea de que el pueblo se
tragaba todo. A una sucesión infinita de errores, transgresiones, infidencias y
corruptelas le seguían una igualmente infinita sucesión de falsedades justificadoras,
terminaron instalando en la subjetividad ciudadana la certeza de que el guía
estratégico de todo esto no era Garcia Linera, sino, más bien, Goebbels, el nazi. En el remate de este drama
surrealista apareció la figura de una hermosa mujer que resultó ser la madre
negada del hijo inexistente pero probablemente vivo del mismísimo presidente.
Bastó aquello para que todos comprendiéramos que nos gobernaba la mentira. Para
rematarla, la mejor carta del régimen, el juicio en La Haya, el mar y la
mediterraneidad boliviana resultó un escandaloso fracaso que terminó dándonos
la certeza de que a trece años de gobierno, solo tuvimos cantos de sirena.
Cuando la suma de todos estos
enredos hizo aguas, el referéndum al que confiadamente convocó Morales, contraviniendo
la seguridad que producen las borracheras de Poder demasiado prolongadas, el
pueblo le dijo NO. Los bolivianos nos percatamos
súbitamente que el régimen había firmado su visa al pasado, y que han retornado
las esperanzas de una Bolivia que se maneje como un país de verdad y no como un
cato de coca.
Producto de este rosario de desencantos
emerge Carlos Mesa, no solo porque su imagen como estadista ensombrece la de
Evo Morales, sino, porque encarna el hastió de la ciudadanía ante un régimen
como el de Morales. Encarna la honestidad y sobre todo, porque su imagen habla
de un país para todos, sin los odios que sembró Morales y menos del desprecio
vicepresidencial por todo quien piensa diferente.