viernes, 23 de septiembre de 2011

En Memoria de Cayetano Llobet

Estamos acostumbrados a reconocer la impronta de algunos grandes hombres cuando sus obras fueron el fruto del Poder. Presidentes, ministros, asesores, hombres pragmáticos cuyo sello suele registrarse en Leyes, Decretos actos públicos o la Gaceta Oficial, de esto hay mucho y es natural pues la historia es una acto finalmente colectivo, pero cuando la impronta de un ciudadano emerge del  fondo moral de su existencia, cuando hace diferencia porque en última instancia – a pesar de sus detractores- sigue siendo un testimonio de la libertad, su herencia se levanta en el horizonte como se levantan los iconos que los tiranos suelen temer, en ese plano se comprende el legado de Cayetano Llobet. Probablemente su biografía política (desde los viejos tiempos en que se luchaba por reconquistar los derechos y la libertad estropeada en manos de las dictaduras militares, o su paso por el Congreso) sea lo de menos, él mismo se había sobrepuesto a la vorágine de la historia nacional con la invencible arma del intelecto, y desde ahí,  su estilo   fogoso y apasionado lo transformo en el simbolo de la libertad de expresión y de pensamiento.
A Cayetano hay que recordarlo en el horizonte de los pensadores que lograron -como pocos- doblegar el acero de los Poderosos, la mazmorra de los cobardes, la bayoneta de los mandones y el cuello blanco de los explotadores con la pluma vehemente y el pensamiento claro. Más allá de todos los bandos y colores, Llobet fue un crítico implacable cuando sentía apenas mellada la libertad y los derechos del pueblo por el que había luchado toda su vida.
Pienso –y quizás sea una afrenta al dolor que nos deja su partida- que Cayetano no podía dejarnos de otra manera. No podía irse con menos dignidad y lealtad a sus principios.  Su última columna, las ultimas letras que nos hizo llegar, me recordaron  otro pensador de su estilo (Augusto Céspedes) cuando nos decía que al aproximarse al cuerpo inerte de Germán Busch aquella nublosa mañana de Agosto, comprendió de súbito que aquel héroe del Chaco no podía haber muerto de otra forma, era cierto, y es que las vidas fértiles tienen sus formas de terminar, no acaban como cualquier destino, lo hacen  bajo espectro de una dignidad final que nos abruma.
Me ha sido muy difícil escribir estas líneas, y seguro son con todo, deficitarias y mediocres frente a la pluma de Llobet, pero aún así, son mi homenaje y reconocimiento mas profundo a un gran intelectual y amigo.