
Ciertamente, si este gobierno cae no va a ser por mentiroso, será por haber traicionado a sus iguales y por haberse hecho la banal ilusión de que la borrachera le iba durar la vida entera, pero en medio de todo, si el súbito deterioro le viene por masacrar indefensos y tratar de justificar el crimen con un discurso que linda en el absurdo, este “principio del fin” los sorprende por que es imposible tapar el sol con un dedo; si a eso le sumamos la imposibilidad de creer seriamente en un Ex Defensor del Pueblo que jubiloso pisoteaba los derechos que otrora juro defender, la ecuación se resuelve de manera defectuosa: de mintrosos pasaron a cínicos.
Se ha dicho ya hace mucho que el rumor era el arma más poderoso para bajar presidentes, ya lo utilizaron los griegos y perdura hasta nuestros días, sin embargo, más poderosos han resultado el cinismo y la mentira, probablemente porque deja la desagradable sensación de que el mentiroso cree a pie y juntillas que su interlocutor es un imbécil, este extraño principio de la subjetividad humana parece haberse activa a propósito de las renuncias y el discurso presidencial. Semejante constatación aconseja no armar un sistema de rumores cotidianos cuando se trata de desgastar un régimen (independientemente de su fuerza o su brutalidad como paso frente a la dictadura de García Mesa) simplemente hay que rogar que todas los regímenes despóticos incorporen varias decenas de cínicos y mentirosos en su estaff principal; un buen mentiroso como portavoz, otro en el ministerio de comunicaciones, otro en el Ministerio del Interior, uno menos experto en Finanza, otro de la misma talla en Cancillería etc. y el final progresivo del régimen es absoluta y semióticamente predecible. A este gobierno no lo va bajar la embajada americana, ni la derecha neoliberal, ni la izquierda caduca, ni los indígenas de arco y flecha, lo va a derrocar la excesiva ingesta de su propio veneno: la mentira.
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