jueves, 23 de noviembre de 2023

 

LOS INCENDIARIOS


Los incendios han devastado hasta la semana pasada más de 3.5 millones de hectáreas. El gobierno informa diariamente cuantos focos de calor existen, pero guarda un sospechoso silencio en relación con la magnitud de las hectáreas devastadas y su localización. Una cosa así no se había visto antes en nuestro país. Se podría pensar que se han incrementado por efectos climáticos, y eso es relativamente cierto, empero, los expertos en medio ambiente y el propio gobierno opinan que, ni duplicando la intensidad de la sequía y la elevación de las temperaturas podrían producirse la cantidad de incendios que estamos experimentando. A todo esto, se suma que ya para nadie es un secreto que el 80% de los incendios forestales son causados de forma intencional. Se trata de avasalladores en potencia que “preparan” la toma de estos predios que, una vez devastados por el fuego, en muchos casos bajo la protección del gobierno, serán luego legalizados mediante el INRA. El gobierno se niega a declarar Emergencia Nacional y deslinda gran parte de sus responsabilidades a los niveles subregionales, en todo caso, está claro que observa con cierto beneplácito la cantidad de tierra que dispondrá para negociar votos el 2025. Se trata a claras luces de una maniobra absolutamente coherente con la moral masista. Sin embargo, más allá de todos estos dolorosos vericuetos el hecho de que el 80% o más de los incendios fueron provocados de forma premeditada, devela la magnitud del deterioro general de la sociedad nacional. La gran mayoría de los ciudadanos en el mundo entero consideran sin muchos remilgos que prenderle fuego a la “Madre Tierra” es un acto criminal que atenta no solo contra el equilibrio ambiental, sino, además, contra todas las formas de vida en el planeta. Los incendiarios fácilmente podrían ser tipificados como criminales, de hecho, nuestra legislación contempla un tipo delictivo denominado “ecocidio”. Con absoluta seguridad hace 20 años atrás ni el más pobre de los pobres se atrevía a incendiar vastas extensiones del territorio nacional, y ni pensar que lo intente en un área protegida, este tipo de criminales son un producto nuevo, son la resultante del “Proceso de Cambio” y del fracaso del proyecto plurinacional masista. Hace 20 años nadie se atrevía a incendiar el país, y no lo hacían porque el conjunto de los ciudadanos (independientemente de su credo, su filiación étnica, su preferencia política, su nivel socioeconómico, o cualquier otro distintivo) sabían que los apetitos personales y las prebendas políticas tenían un límite moral y una talla ética que nadie estaba dispuesto a transgredir. Existía un país donde la convivencia dependía de la aceptación mutua, del reconocimiento de determinados valores y normas sociales que ponían límites, otorgaban derechos y exigían obligaciones. Hace 20 años, la justicia (sin ser un dechado de virtudes, porque nunca lo fue) se aplicaba con cierto rigor a todo el que cometía un delito, hoy se los premia, se les otorga tierras, se les encarga puestos diplomáticos y se los reconoce públicamente. Hace 20 años, ningún gobierno hubiera guardado un silencio abrumadoramente cómplice, criminal y claramente calculado como el silencio del actual gobierno. Hace 20 años, teníamos un país cuya institucionalidad le daba consistencia al tejido social, funcionaba fuertemente ligado a los valores que garantizaban la vida en los marcos de la legalidad, la solidaridad, el cumplimiento de deberes. Han pasado 17 años desde que Evo Morales tomó el Poder y se dio a la tarea, pulcramente continuada por Arce Catacora, de pulverizar todos los mecanismos que les dan consistencia moral y ética a las sociedades. En lo más profundo del sentimiento nacional sabemos que nos han dejado los despojos de una nación que se debate en la búsqueda de una salida histórica capaz de reconstruir su institucionalidad y la Nación misma.  Bajo esas condiciones, los incendiarios no son creaciones del demonio, son lo único que pudo producir el fallido proyecto plurinacional, cuyo resultado puede percibirse como un momento en que ya nada está donde debía y menos los valores, los principios, las normas y la Ley, de manera que, si usted pretende meterle fuego al vecino, no se preocupe, no le pasará nada, semejante atropello está en el guion masista.

sábado, 8 de abril de 2023

 1952, el nacionalismo revolucionario
 y el Estado que acaba de concluir

Se han cumplido 71 años de la sublevación del 9 de abril de 1952, un evento cuyas consecuencias transformaron el espectro histórico de la nación. El Movimiento Nacionalista Revolucionario, (MNR) fue el autor del proceso revolucionario. Este poderoso partido administró directamente el gobierno (considerando todas sus versiones) por el lapso de 27 años 3 meses y algunos días, es decir, el 34% del periodo 1952-2023. Tuvo 11 periodos presidenciales a su cargo, de los cuales 5 culminaron el tiempo constitucional establecido (4 años). Víctor Paz Estenssoro fue 4 veces presidente, de los cuales 3 concluyó su mandato. Hernán Siles Zuazo fue 2 veces presidente de los cuales solo en 1 permaneció los 4 años establecidos. Gonzalo Sánchez de Lozada fue también 2 veces presidente y concluyó su periodo constitucional solo en 1. Lidya Gueiler Tejada, Walter Guevara Arce y Carlos Mesa Gisbert gobernaron bajo los cánones ideológicos del MNR y ninguno de ellos culminó el mandato, fueron en todo lo que quepa en la expresión, gobiernos de emergencia. Esta reseña da cuenta del poder de ese partido y su influjo en el devenir histórico.

En los 71 años transcurridos desde 1952 a la fecha el país experimento 4 “momentos” políticos diferentes: uno nacionalista plenamente revolucionario, (1952-1956) que se proyectó hasta 1964. Uno de corte fascista que se inicia en 1964 con René Barrientos O. y culmina en 1982 con el retorno de la democracia. Uno democrático liberal que va de 1982 al 2006, y finalmente uno indigenista que cubre el periodo 2006 y concluye el 2019 con la renuncia de Evo Morales A.

En la tradición analítica nacional se ha considerado que estos momentos constituyen episodios diferentes y en consecuencia se los analiza por separado. Se asume que fueron consecuencias externas al proceso de la Revolución Nacional, sin embargo, un análisis más detallado de cada uno de ellos desde una perspectiva histórica y no meramente coyuntural, muestra que fueron expresión de las contradicciones internas del mismo proceso, complejo proceso que la terminología especializada instala bajo la categoría de “Estado del 52”, es decir, todos se suceden al interior del proceso de transformaciones de largo alcance que conocemos como “Revolución Nacional”

Lo que en realidad sucedió es que la Revolución liberó todas las fuerzas políticas que se habían ido desarrollando desde finales del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del siglo XX. De hecho, sabemos que la fundación del Partido Liberal de Camacho en 1.883, inicia el proceso de formalización de organizaciones políticas propias de la modernidad, organizaciones políticas liberales y conservadoras junto a las nuevas fuerzas de izquierda van germinando a lo largo de todo ese periodo y formarían el capital político que dio curso a la Revolución del 52.

Ejecutadas las reformas estructurales (nacionalización de las minas, reforma agraria, voto universal y reforma educativa) e irreversiblemente derrotada la estructura del Poder oligárquico, las fuerzas del MNR ejecutaron el proceso de transformación nacionalista, al mismo tiempo, las tendencias de extrema derecha se desarrollaron bajo la coraza de las Fuerzas Armadas abriendo en 1964 el ciclo de dictaduras militares de corte fascista. Las tendencias democráticas aliadas en la UDP (Unidad Democrática y Popular) recuperaron la democracia en 1982 bajo el sino de una democracia neoliberal, y las tendencias indigenistas e indianistas, enarbolando los postulados de pluralidad multiétnica y racial (que en realidad se los había instalado en el imaginario social boliviano a principios del siglo XX) terminan ganando las elecciones del 2005 con el MAS y Evo Morales.

Todos estos fenómenos se ejecutan como un solo movimiento de la historia que reconocemos bajo la categoría sociológica de “el Estado del 52”, por esa razón, dado que todos se mueven dentro el campo político de ese Estado, la percepción que uno logra es que todos estos fenómenos hacían parte de un solo movimiento de la historia, y que, ese movimiento llegó a su fin el 2019 con el quiebre del proyecto plurinacional masista. El MAS cierra el ciclo del Estado del 52 en un fallido intento por consumar el proyecto de inclusión social que se había gestado tempranamente en el siglo XX, y que se concreta formalmente con el voto universal y la reforma agraria del MNR. La inclusión real y no meramente formal que logra el MAS de Evo Morales, es en última instancia, la conclusión del proyecto de sociedad que el MNR dejó inconcluso, esto es, el cierre del Estado del 52.

Si el ciclo ha concluido, resulta obvio preguntarnos qué momento estamos viviendo. Tan obvia como la pregunta es la respuesta: vivimos los dolores de parto entre un Estado concluido y la búsqueda de una solución de continuidad histórica más allá de las formas democrático-populares, populistas, liberales, indigenistas o fascistas consumadas en la historia boliviana desde mediados del siglo anterior.

Se trata de una transición difícil en la que los grandes discursos nonagésimos y los proyectos cuyo referente clave fue lo popular, han cedido el paso a un referente propio del capitalismo tardío; el ciudadano. Hoy los interlocutores válidos frente al poder instituido son los ciudadanos de a pie. Aquellos épicos momentos en que las “masas populares “definían el curso de la historia y doblegaban los gobiernos con todo el peso del sindicalismo obrero y campesino, son un referente de segundo plano. Las grandes reformas y la defensa de los intereses nacionales y los derechos ciudadanos ya no dependen de los sindicatos y organizaciones populares, tampoco de sus “partidos” y menos de su ideología, hoy se asientan en el Poder Ciudadano cristalizado en plataformas, agrupaciones ciudadanas e instituciones de la sociedad civil.

Esta difícil situación muestra hoy sus vértices más peligrosos expresados en una creciente polarización, y un cúmulo de conflictos que expresan la urgencia de construir un nuevo proyecto de Estado y un diseño de sociedad capaz de responder los desafíos del siglo XXI más allá de las ideologías, de las visiones étnicas y raciales o de las posturas radicales de una izquierda y una derecha que en las sociedades de la ciencia y la comunicación resultan superfluas.

domingo, 12 de marzo de 2023

 

¿Vivimos el fin del Estado Popular?

Para nadie es un secreto que las disputas internas del MAS han puesto de manifiesto el fin de la hegemonía masista y a su vez, el fin del Estado Popular. La impresión generalizada es que se disputan lo último que queda; lo último que queda del Estado Popular frente a la inminencia del Estado-ciudadano. Al primero lo fundamentaba lo “nacional-popular”, al segundo lo fundamenta lo “democrático-ciudadano”. Vivimos pues una batalla epocal.

No se trata de un problema de gobernabilidad, se trata de un momento de Crisis estructural del Estado que nos deja la sensación de que mientras ellos se sacan los ojos el país funciona a la deriva, por encima, o por debajo, pero bastante lejos de las trifulcas masistas.

En torno a esto hay en la actualidad tres interpretaciones sociológicas que intentan explicar el actual estado de cosas: Una sostiene que se trata de un Estado Fallido, es decir, de un Estado que fracasó en el manejo de la nación y que nos llevó al límite histórico del desastre. Otra, la oficialista, que sostiene que lo que vivimos son las vicisitudes de la transformación histórica producto de la Revolución Cultural y la fundación del Estado Plurinacional, y la mía propia que sostiene que ha concluido el periodo histórico del Estado Popular, y que, en su lugar vivimos un momento de transición en que la sociedad  y las instituciones de la sociedad civil intentan organizarse como fuerzas políticas a partir de las identidades urbanas, ahora nucleadas en plataformas ciudadanas y grupos de presión propios de la calle.

Los argumentos en favor de un Estado Fallido son sin duda válidos. El MAS fracasó en su intento de transformar el país en el escenario del Socialismo Siglo XXI. Ninguno de sus postulados alcanzó un nivel que dejarían marcado un derrotero de curso obligatorio, como fue por ejemplo la nacionalización de las minas o el Voto Universal ejecutados por el MNR como base de la Revolución Nacional. La inclusión social de los indígenas y otros sectores siempre excluidos hace parte del programa nacionalista, el MAS lo hizo posible más allá de las formalidades, y eso hay que reconocérselo encomiablemente, a más de esto y algunas otras pocas cosas más, las medidas que desplegó el MAS solo fueron las expresiones finales del Estado del 52 con una sobre dosis de racismo a la inversa. Ninguna fue un acto propiamente fundacional.

Los argumentos que consideran que la crisis actual se debe a la descomposición del Estado Plurinacional son igualmente válidos, pero ésta crisis final del MAS es también producto del Fin del Estado Popular. Es la evidencia de que el intento de Refundar una Nación desde la perspectiva de raza no era más que una distopía en la medida en que deviene absurda en el escenario de la mundialización de las culturas y la globalización de las economías, a más de que el occidente capitalista no tiene posibilidad alguna de existir al margen de la modernidad victoriosa, y el pachamamismo masista va –en consecuencia- en contra ruta de toda la historia de la civilización occidental capitalista, habida cuenta del fracaso universal del socialismo real.

Lo que en mi criterio atravesamos es un momento en que la descomposición del periodo nacionalista, (de 1952 a la fuga de Evo Morales el 2019) sumado a la crisis global de las ideologías nonagésimas, la emergencia de los ciudadanos de a pie como los nuevos sujetos de la historia de occidente (por encima de los clásicos protagonistas del siglo XX; los obreros y los burgueses) bloquearon todos los intentos de transformar el nacionalismo revolucionario del MNR en un indigenismo excluyente y racialmente pautado, que en los hechos nunca fue parte del plan revolucionario del MNR, al contrario, al basar su accionar político en la alianza de clases que lo llevó al Poder, evitó cualquier contaminación de orden racial o étnica. La Revolución Nacional se proyectaba como una República capitalista inscrita en la modernidad al mejor estilo de occidente, el Estado Plurinacional es su antítesis histórica.

Los nuevos actores políticos, nacidos del Poder Ciudadano deben desarrollar una visión clara sobre la trascendencia del momento actual. No se trata de un recambio de gobernantes, tampoco de un golpe de timón en el actual estado de cosas, menos de la reposición de las condiciones previas al advenimiento del MAS el 2005, se trata de un momento de inflexión en que alguien debe reencausar la historia nacional bajo un nuevo paradigma político e “ideológico” (si cabe el término de por sí caduco) Un nuevo paradigma en el escenario propio del siglo XXI y en el horizonte de la democracia ciudadana y liberal, por ello, las jóvenes generaciones actuales tienen, en toda la extensión de la palabra, un desafío de dimensiones epocales.

domingo, 4 de diciembre de 2022

 La Protesta Social

En la historia contemporánea de nuestro país, pocas veces hemos visto que la ciudadanía decida mantener por tanto tiempo un paro que a claras luces complotaba contra su bienestar, es más, que su persistencia y decisión se incrementara a medida que la protesta se extendía. Se ha atribuido este fenómeno a la conciencia cívica y ciudadana de la población cruceña, y esto es sin duda cierto, pero en realidad expresa mucho más que la mera conciencia de los derechos y las necesidades que experimenta el departamento, en realidad, se presenta como una forma particular de los fenómenos de protesta social que desde mediados del siglo pasado surgieron casi en todos los países de occidente. En el fondo, muestra a su manera el agotamiento de las formas de representación y participación política que, hasta finales del siglo XX se mostraban dominantes.

La protesta social se ha extendido por todo el planeta. Un estudio realizado por la Friedrich Ebert Stiftung y la Iniciativa para el Diálogo de Políticas (IPD) y algunasr universidades norteamericanas a lo largo y ancho del planeta durante el 2006 al 2020, mostró que en todo el mundo los ciudadanos protestaron más que en ninguna época pasada, en todos los casos, (independientemente de la razón que hubiera servido de detonante) la razón última era “una mejor democracia” y “justicia social”, o lo que se ha dado en llamar una “democracia más real”.

Más allá del problema que diera inicio a grandes movilizaciones sociales como las que vimos en Chile el año pasado, que se iniciaron ante el descontento social por el incremento de los pasajes en el metro de Santiago, o las que sacudieron Zinbabue por el aumento del precio de la gasolina, o Argelia contra el quinto mandato de Buteflika, o Haití por la renuncia de Jovel Moise, o Hong Kong contra la Ley de Extradición, o las de las valientes mujeres iraníes motivado por el asesinato de Masha Amini y la negativa a utilizar el velo (hiyab) que ordena la tradición religiosa musulmana, o la boliviana por la aprobación de una Ley por la ejecución oportuna del censo, cualquiera de estas razones para protestar está motivada en realidad por la certidumbre de que vivimos la crisis de representación y de participación social más profunda en la historia del capitalismo, la modernidad y occidente. Los ciudadanos no se sienten parte de la dinámica del Poder, y perciben que ésta se ejecuta entre corredores secretos, convenios y arreglos furtivos en un ambiente de corrupción, inequidad y desprecio por sus derechos.

Bolivia no es la excepción, lo que distingue el caso boliviano es que la protesta encontró en la ciudadanía cruceña un escenario de conciencia cívica y democrática irreductible. No se trataba solo de la fecha del censo, en realidad lo que puso en el tapete es la vigencia de un modelo de Estado que, desde mediados del siglo pasado, a título de democracia fue cerrando los mecanismos de representación y participación en el Poder de las nuevas fuerzas sociales (particularmente femeninas) bajo un sistema obsoleto. Es en realidad un ajuste de cuentas con un modelo democrático que ya no responde a las nuevas condiciones sociales, económicas políticas y culturales del país. El movimiento por el censo decretó el final de un paradigma que se inició a mediados del siglo XX, atravesó una serie de ciclos y transformación y concluyó en una expresión indigenista y autoritaria bajo el mando de Evo Morales y el MAS.

La crisis global de la democracia está signada por profundos cambios en la esfera social. El mundo que se dividía entre obreros y burgueses, entre izquierdas y derechas y entre ideologías progresistas y conservadoras ya no es el de los ciudadanos del siglo XXI. No es el de las amas de casa, ni el de los miembros LGBT, ni el de los campesinos urbanos y menos de la nueva “burguesía popular”, madre histórica de un “capitalismo popular” que mueve economías informales inmensamente poderosas. Esos nuevos actores de la historia expresaron, en el caso boliviano, a propósito de la fecha del censo, la certeza de que la democracia tal como la vivimos se ha agotado, que lo que conocemos como “el periodo democrático” (1982-2006) hizo, con luces y sombras, lo que tenía que hacer y ahora debe dar paso a una democracia ciudadana capaz de transformar la realidad nacional en un horizonte más inclusivo, más equitativo y más justo. En el fondo, lo que estamos pidiendo es una democracia más “real” porque la historia reciente nos ha dejado claro que las dictaduras disfrazadas de democracia son falsas.

 

 


sábado, 26 de noviembre de 2022

 EL EXPERIMENTO PLURINACIONAL

Cuando la noche del 24 de noviembre los diputados de la Comisión de Constitución de la Cámara Baja empezaron a revisar el proyecto de Ley que fijaba la fecha de las elecciones para el 2025, la distribución de los recursos de coparticipación, y la redistribución de escaños y circunscripciones electorales emergente del nuevo mapa demográfico producto de los resultados censales, un profundo temor invadió la representación masista. Entre inútiles y graciosos argumentos quedó claro que no tenían salida. Debían votar a favor de la Ley y sus dos prescripciones o enfrentar la furia de la ciudadanía que en Santa Cruz tenía ya cerca de un mes de paro con más de 1000 millones de pérdida.

En la hermenéutica impuesta por Evo Morales y el MAS, la representación campesina es superior a la urbana, resulta que las minorías rurales están mejor representadas en el Poder Político que las mayorías urbanas, que a la sazón constituyen más del 70% de la población nacional frente a un 26% que se reconoce como indígena según el INE. Los resultados derivarán (después del censo) en la recomposición de las cámaras, es decir, los campesinos-indígenas-originarios dejarán de ser mayoría parlamentaria, el MAS no tendrá mayoría y menos aún dos tercios y el país estará representado en sus proporciones correctas.

El pánico se apoderó de la fracción evista porque una situación de esa naturaleza dejó claro que el Estado Plurinacional, concebido como una sociedad mayoritariamente indígena, era una construcción ficticia que el MAS instaló mediáticamente e ideológicamente para imponer un régimen basado en preceptos y concepciones de raza. Como las mentiras tienen patas cortas, a la hora de votar la Ley llegó el momento de afrontar la realidad: el Estado Plurinacional que imaginaban bajo la hegemonía indígena-originario-campesina no pasó de ser un experimento fallido, en las calles y en el propio Congreso estaban ciudadanos citadinos clase media, mestizos, empresarios, emprendedores, la burguesía aimara, las clase media y lumpen, y como sucede en todo el planeta,  todos querían un capitalismo popular más justo, más equitativo y menos racista.

En ese dramático momento que requirió varios “cuartos intermedios” e intensas negociaciones intra-MAS, en realidad lo que se discutía es si eran capaces de asumir la realidad de un país multicultural en el concertó de la modernidad, bajo el prisma del capitalismo y el protagonismo del ciudadano común situado más allá de las clases sociales, de las etnias y de las razas, y la emergencia del ciudadano como el nuevo interlocutor frente al Estado, en otras palabras, lo que estaba en mesa era el reconocimiento del fracaso del experimento plurinacional y el fin de una quimera a la que le dieron el nombre de Estado Plurinacional.

 

 

 

 

 

martes, 22 de noviembre de 2022

 Crisis de Estado y transición política

Cuando los hombres de Heliodoro Camacho decidieron dar batalla, en la Revolución Liberal de 1899, Bolivia atravesaba un momento en que debía decidirse si se mantenía en el horizonte de una monarquía feudal pese a su condición de República independiente bajo los preceptos liberales que proclamaba la clase dominante, o si se transformaba el país en una perspectiva democrática y liberal. Ellos impusieron su visión de la historia, les ganaron la guerra a los conservadores y gobernaron 20 años. No fue por cierto la democracia que profesaban, pero el país había superado una infinidad de resabios coloniales dejados por la larga dependencia al Reino de España.

Cuando los nacionalistas se lanzaron a las calles en 1952 y le arrancaron en una cruenta sublevación popular el gobierno a la oligarquía minero feudal en manos de los varones del estaño, Bolivia abandonó los espejismos feudales en que los potentados mineros y terratenientes la habían mantenido en beneficio propio. La Revolución instaló el país en el siglo XX, la modernidad y el capitalismo de avanzada.

Que tienen en común estos dos eventos que explican en gran parte la historia contemporánea de Bolivia: Uno, que ambos son momentos de inflexión histórica, ambos cambian irreversiblemente el destino de la nación. Dos, ambos suponen una superación dialéctica, con sus sombras y sus luces lograron que la historia nacional avanzara y que la sociedad boliviana cambiara para mejor. Tres, su ascenso al poder devino tras un doloroso parto histórico, una transición complicada, y en ambos casos sangrienta, y finalmente cuatro; ambos fueron la resultante de la descomposición progresiva del Estado y de sus preceptos ideológicos y prácticos.

Salvando las distancias propias de cada momento histórico, ambos procesos expresaban el desgaste total de sus postulados, ambos hicieron lo que se habían propuesto, cumplieron, unas veces bien otras mal, unas veces con éxito otras fracasaron, pero hicieron lo que tenían que hacer y entraron en un agudo proceso de descomposición política y social. Sus fundamentos ideológicos se agotaron, sus protagonistas pasaron de un discurso progresista a uno conservador, los actores se renovaron portando nuevas lecturas y propuestas renovadas.

Eso es lo que vivimos en este momento, una descomposición acelerada del modelo engendrado por el Nacionalismo Revolucionario que en su fase final adoptó un cariz indigenista con el MAS y Evo Morales. Experimentamos una transición del Estado del 52 a un Estado Ciudadano, del Poder Popular al Poder ciudadano, de la vigencia de los actores populares a la emergencia de los actores ciudadanos, de lo nacional-popular a lo democrático-ciudadano. No se trata por tanto que el MAS hizo crisis simplemente porque la ambición de Poder de su caudillo histórico no tiene límites, eso es cierto, pero es una consecuencia del agotamiento del proyecto masista, que no es más que el final del proyecto nacionalista revolucionario. La crisis del MAS expresa la crisis del Estado iniciado en 1952.

Tampoco se trata de que los partidos de oposición son una juntucha de incapaces, al contrario, son la expresión más clara de un momento de transición en la que su rol es encontrar el curso definitivo que tomará la historia después del Estado del 52, Habida cuenta de que son la expresión de los nuevos sujetos en el concierto de la democracia boliviana; la ciudadanía

Lo que vivimos no es un mal momento en la política nacional., repleta de malos momentos, es una crisis estatal que afectará todos los componentes y dimensiones de la realidad política, económica, social y cultural de Bolivia. Estamos en consecuencia, en un momento crucial en que la sociedad y los nuevos actores pretenden instalar una nueva forma de Estado, una nueva lectura de la realidad mejor incorporada en la modernidad, una nueva sociedad habilitada para asumir los desafíos del siglo XXI.

 

 

 

 

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

 Mirando el Futuro

La mayor parte de los jóvenes que hoy bordean los 40 años de edad experimentaron dos momentos de la vida política nacional: la democracia de 1982 al 2006 en que el MAS toma el poder, y de ahí en adelante un progresivo deterioro de todas las formas e instituciones que hacen a un Estado de Derecho. La democracia hizo crisis con la crisis de los partidos y el MAS le dio el tiro de gracia, pulverizó el sistema político republicano, le cambió el nombre al país y pretende reescribir la historia.

Cuando los efectos de la salida de Evo Morales se empezaron a sentir, la ciudadanía daba por sentado que la oposición se uniría y que unida evitaría el retorno del partido que había diezmado la institucionalidad democrática, corrompido los Poderes del Estado y dilapidado el mayor contingente de recursos en toda la historia del país, pero no sucedió así, no se unieron, no nos representaron, no escucharon al ciudadano de a pie y finalmente tenemos lo que tenemos. Si vemos las cosas sin pasiones de por medio no podríamos asegurar que no pusieron de su parte, probablemente lo hicieron, pero cientos de factores de orden institucional, personal, grupal, intereses corporativos, empresariales, ideológicos, religiosos, etc. se cruzaron en el camino. Lo único que faltó, es leer el país desde otra perspectiva, comprenderlo a partir no de los grandes discursos, sino, hacer política a partir del ciudadano de a pie. Ahora ya no sirve llorar sobre leche derramada, lo apropiado es esforzarnos en comprender este país desde nuevos paradigmas.

Particularmente pienso que el Estado está en crisis. No tenemos un estado plurinacional fallido, tenemos una Crisis de Estado, esto en cristiano significa que el Estado y el gobierno con todos sus aparatos de poder (ministerios, policía, FF.AA. Poder judicial, Poder legislativo, Poder ejecutivo etc.) ya no responden a las demandas de la sociedad, ya no la leen ni la entienden. Unos se refugian en los mitos, lo ancestral, la tradición, las culturas con derecho de exclusividad, esos son los que pasaron de progresistas a simples conservadores. Otros no encuentran nada que pudiera, creativa e imaginativamente, sustituir la democracia reconstruida a finales del siglo pasado, hace casi un cuarto de siglo atrás. Leen el país como lo leía la UDP, Hernán Siles Zuazo o Jaime Paz Zamora.

En ambos bandos las ideologías políticas que les daban vida ya perecieron. El mundo entero experimentó desde la caída del socialismo real el fin de las ideologías. Esto no lo pueden comprender, como no pueden comprender que en la actualidad se realizan en todo el mundo: 1.024 llamadas por Skype, 3.935 Tweets, 33.333 búsquedas de Google, 52.083 Me Gusta en Facebook y 1.666.666 correos electrónicos” por segundo. En el mismo lapso, se suben 463 fotos a Instagram y 11.574 archivos a Dropbox, y se miran 46.333 videos en YouTube, o sea, 166 millones 798 mil 800 videos por hora.(infobae.com). No hay forma de que un joven actual se parezca cognitiva, política y culturalmente a uno de hace apenas 30 años atrás. Los tiempos han cambiado como nunca en la historia de la humanidad.

 

Los conservadores creen que estos inmensos saltos tecnológicos son atentados al mundo de las virginales divinidades que rigen el universo, los demócratas del siglo pasado creen que son nuevos dispositivos que facilitan o complican la vida; ninguno ha comprendido que son los signos de un nuevo tiempo. Son los íconos epocales de la postmodernidad.

 

El problema para nuestros políticos es que no terminan de comprender que vivimos una época diferente, que el MAS con Evo Morales cerro un ciclo y que estamos en otro, el del ciudadano; el de las identidades diversas.

 

Somos testigos de un proceso de transición en que se enfrentan las fuerzas más conservadoras y retrógradas y las nuevas fuerzas ciudadanas, sin partido, sin ideología, sin mandos verticales, sin caudillos, fuertes solo y exclusivamente por el poder de su ciudadanía. Vivimos un momento histórico en que el futuro se disputa entre dos versiones: la democracia ciudadana (que no es lo mismo que la democracia liberal) y la dictadura caudillista y etnitizada aferrada al pasado y sus caudillos nativos. Esto es, creo yo, lo primero que deben comprender y asimilar las nuevas fuerzas políticas, porque de lo contrario se moverán en el pasado y perderemos el futuro.