ENFERMOS DE PODER
El primer caso que nos interesa
es el de Juan Domingo Perón, presidente de Argentina entre 1946 y 1955, y
nuevamente en 1973. Inició su mandato con importantes avances sociales, como la
expansión del bienestar y la mejora de los derechos laborales. A través de una
retórica que dividía la sociedad en “pueblo” y “anti-pueblo”, fue sustituyendo
el pluralismo democrático por la lealtad al líder. Él era la presentación
insuperable del pueblo, y terminó creyéndose insustituible.
Alberto Fujimori, presidente del
Perú entre 1990 y 2000, asumió con una narrativa tecnocrática que logró
estabilizar la economía y controlar el terrorismo. No obstante, en 1992
disolvió el Congreso en un “autogolpe” que marcó el inicio de un régimen autoritario.
En los diez años de gobierno, judicializó la política, cooptó las instituciones
y se reeligió en condiciones irregulares. Huyó en el año 2000 tras un escándalo
de corrupción masiva, y fue finalmente condenado por violaciones a los derechos
humanos y por el uso del poder en beneficio propio.
Hugo Chávez, electo en Venezuela
en 1999, articuló una retórica de justicia social con una progresiva
acumulación de poder. Tras el intento de golpe de 2002, debilitó la autonomía
de los poderes públicos y restringió la libertad de prensa. Desinstitucionalizó
todo el Estado e impuso un régimen dictatorial. Como Perón y Fujimori terminó
creyendo que sin él no había nación alguna.
Finalmente, Evo Morales comenzó
con un mandato de fuerte contenido social y popular y un decidido apoyo de
indígenas y clases medias. Ya sabemos la historia y su infinita ambición de
Poder, su inalcanzable egomanía y su desprecio total por la democracia.
Lo que interesa notar son los
elementos que distinguen este tipo de regímenes autoritarios, estos elementos
podríamos resumirlos en: liderazgos carismáticos surgidos en contextos de
crisis o de un profundo deterioro de los sistemas democráticos, identificación
del líder con el “pueblo”, debilitamiento progresivo de los contrapesos
institucionales, desinstitucionalización progresiva y erosión de las libertades
civiles. Esta la fórmula parece derivar
en dictadores de diferente talla y en caudillos cuya ambición de Poder es ilimitado.
La ambición de poder que los
caracteriza no fue en ninguno caso un accidente, sino la lógica inherente al populismo
y al fascismo. Aunque los contextos son distintos; el populismo peronista, el
autoritarismo tecnocrático de Perón, el neofascismo bolivariano y el
indigenismo racializado de Evo Morales, todos ellos cruzaron el umbral que
separa la autoridad legítima del poder absoluto, lo que parece evidenciar que, como advierte Enrique Krauze; "el
caudillo latinoamericano tiende a sustituir las instituciones por su
voluntad" esta es la vía por la que los caudillos del siglo XXI son
devorados por una ambición irresistible
y una ceguera irreversible.