Entre la entropía y las fuerzas en tensión

La entropía, en este marco
conceptual, alude a la tendencia natural hacia el desorden, la fragmentación y
la pérdida de coherencia en los sistemas complejos. Aplicada a la coyuntura
boliviana actual, se manifiesta de manera palpable en la creciente polarización
política y social, así como en el progresivo deterioro de las instituciones,
particularmente en el ámbito de la institucionalidad democrática. A ello se
suma la profunda crisis del sistema judicial,
minado por la corrupción, la
cooptación política y la pérdida de legitimidad del actual gobierno.
El proceso de
desinstitucionalización, que ya suma más de dos décadas, ha contribuido no solo
al debilitamiento del Estado de derecho, sino también a la generación de una
aguda incertidumbre colectiva y desconfianza generalizada en el futuro
inmediato. El resultado es un clima social en que el tejido social es cada vez
más laxo y débil, los valores sociales, morales y éticos han hecho crisis y se
ha apoderado de los ciudadanos altos niveles de frustración en un entorno
marcado por la crisis económica, la creciente inflación y una sistemática
incapacidad gubernamental.
En el campo opositor, las fuerzas
centrífugas —aquellas que tienden a la dispersión— son manifiestas y
determinantes. Las marcadas diferencias de orden individual, los liderazgos
fragmentados, las ambiciones personales y la ausencia de un proyecto político
común, impiden la conformación de una alternativa sólida al Movimiento al
Socialismo (MAS). Con escasas excepciones, cada facción opositora prioriza sus
propios intereses, lo que dificulta la articulación de un frente cohesionado
capaz de disputarle el poder al MAS en las próximas elecciones generales. Además,
la pugna por el protagonismo y la exposición mediática agrava la fragmentación
interna y confunde al electorado.
Sin embargo, no todo está
perdido: existen fuerzas centrípetas que podrían, en ciertas
circunstancias, propiciar la unidad opositora. La necesidad de frenar la deriva
autoritaria, defender los valores democráticos y enfrentar colectivamente los
graves problemas económicos actuales podrían constituirse en puntos de
convergencia. No obstante, hasta ahora, estas potencialidades no parecen ocupar
un lugar prioritario en la agenda de los partidos ni en la estrategia de sus
líderes, especialmente en un contexto electoral como el actual donde predomina
el cálculo inmediato por encima del horizonte estratégico común, lo que, de
alguna manera nos habla de un recorrido entrópico, entendiendo que todo
fenómeno de ese tipo termina en el caos.
En el oficialismo, por su parte,
las tensiones internas también se han vuelto evidentes y, en algunos casos,
insostenibles. Las fracturas dentro del MAS, las luchas intestinas por el
control del aparato estatal y la ausencia de una renovación del liderazgo tanto
como el reconocimiento del fracaso del modelo que impusieron a partir del 2006,
han generado densas fuerzas centrífugas que erosionan la cohesión del
bloque masista. A esto se suma el evidente agotamiento de su propuesta
política, que ha dejado de ofrecer respuestas eficaces a los desafíos del
presente. Sin embargo, en su interior emergen también fuerzas centrípetas,
impulsadas por la necesidad de conservar el poder, blindarse ante posibles
responsabilidades judiciales y mantener los privilegios acumulados durante dos
décadas de administración estatal. La búsqueda de unidad entre facciones
enfrentadas dentro del MAS parece sustentarse menos en una visión compartida de
país y más en una estrategia de supervivencia política. En este sentido,
cualquier posible alianza al interior del oficialismo dependerá más del cálculo
pragmático y del temor a las consecuencias del ocaso político que vive
actualmente, que de la convicción o la lealtad ideológica.
Visto desde esta perspectiva, la
coyuntura política boliviana se configura como un espacio atravesado por una
constante tensión entre dinámicas de dispersión y de cohesión. Tanto en la
oposición como en el oficialismo, estas fuerzas se entrecruzan, se
contrarrestan y, a veces, se anulan mutuamente. La capacidad de los actores
políticos para gestionar estas tensiones, construir consensos y articular
proyectos políticos incluyentes y democráticos será determinante para el futuro
inmediato del país.
El panorama actual, lamentablemente,
no ofrece señales claras de superación de la fragmentación ni de construcción
de liderazgos capaces de afrontar los desafíos de este nuevo ciclo estatal
nacional. Todo parece indicar que una lógica entrópica se ha instalado
en el núcleo mismo del sistema político nacional, configurando una fase de alta
inestabilidad, incertidumbre y riesgo democrático.
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