
El mero sentido común pone en duda la veracidad de su argumento y trasluce una intencionalidad ideológica condicionada por un elemento central; la instalación en el ámbito social de un cuestionamiento a la jerarquía católica respaldado por la fuerza de los hechos (fueron religiosos los que cometen el delito).
En la perspectiva del materialismo histórico ortodoxo, la religión se concibe como “el opio de los pueblos”, una rémora de la ideología dominante burguesa cuyo propicito es socavar la capacidad revolucionaria de la sociedad, y en consecuencia, su eliminación deviene como una tarea imprescindible del proceso de cambio. La” Revolución Cultural” contiene en lo más profundo de su núcleo discursivo la necesidad ineludible de borrar la noción de lo divino y dar curso a la creatividad humana sin las trabas ni las culpas emergente de un “Dios castigador”. En esta perspectiva, ningún proceso de corte marxista-ortodoxo fundado en los preceptos del materialismo histórico, descuido una parte importante de su arsenal político y sus recursos ideológicos en suprimir, ya por la vía persuasiva, ya por la vía pragmática el culto religioso católico.
Desde esta perspectiva las declaraciones del primer mandatario no resultan casuales y menos anecdóticas, hacen parte constitutiva de una perspectiva de Poder. En realidad traducen la intencionalidad estratégica de vincular la religión católica al imaginario de lo indeseable (como indeseable es el hurto) No se trata de un discurso articulado por la fe, sino por la ideología. Tampoco versa sobre el robo de joyas, versa sobre la imperiosa necesidad gubernamental de copar hasta los más profundos filones de la subjetividad social. No es una denuncia de corte moral, es un artificio político que pretende socavar las bases de Iglesia Católica, no es la declaración de un creyente, es el enunciado de una vocación de poder que no reconoce límites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario