La semana pasada, un debate
público entre candidatos a senadores regionales convocado por la carrera de
ciencias políticas de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno terminó en un
duro enfrentamiento entre oficialistas y opositores. El incidente se produjo a
propósito de un comentario emitido por un alumno localizado en la primera fila
del recinto; según las versiones de testigos presenciales el joven
universitario interrumpió la exposición de Romero con una sola expresión:
“mentiroso”; esa fue la chispa que incendió la pradera.
Es obvio que proclamar a los
cuatro vientos que la mentira y el cinismo han tomado status de Política de Estado
con el gobierno de Evo Morales, está bien lejos de acabar con su Poder y
menoscabar la estructura que lo rodea, empero, esto es tan claro, como claro es
que echárselo en cara tiene un efecto demoledor porque pone en evidencia las
falacias del régimen a despecho de todos
y cada uno de los discursos, informes, promesas, presagios, augurios,
adivinaciones y premoniciones que hoy hacen parte del discurso político
oficial. La furia del candidato no se desencadenó porque el término “mentiroso”
constituya una ofensa a la dignidad del increpado, tampoco porque pertenece al
glosario de los insultos más abominables de la rica y florida lengua española; el
candidato montó en furia porque como dice el sabio proverbio popular: las verdades
siempre duelen.
Los especialistas en semiología
de la lengua explican esto de una manera por demás convincente; sostienen que a
cada expresión hablada le corresponde una organización definida de la realidad,
esto quiere decir que, cuando todo lo que tengo en mi dormitorio está en su
lugar, la expresión “mi cuarto esta ordenado” tiene sentido, pero la expresión
cae en el absurdo cuando mi dormitorio es un desastre: esa es la razón por la
que la mayoría de los políticos oficialistas no soportan que se les diga
“mentiroso”; esta palabra les permite percatarse que casi todo lo que dicen cae
en el absurdo de las justificaciones a cualquier precio, justificaciones que,
finalmente, solo son el sacrificio de la verdad a cambio de Poder. El joven
universitario no habló del crecimiento del PIB, ni de las enormes cuantías de
la economía actual, ni de los infinitos montos de bonos y canchas de fulbito,
no le dijo al candidato nada que sea parte de los argumentos de la oposición,
no esgrimió criterios ideológicos ni postulados partidarios, simplemente puso
en evidencia el absurdo de mentirle al pueblo como si este no se diera cuenta
del engaño. La brevísima expresión que desató la furia del candidato puso de
manifiesto que en la vida real; a precario argumento le sigue siempre un precario
Poder.
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