domingo, 1 de junio de 2025

 
ENFERMOS DE PODER

En América Latina, la ambición desmedida de poder ha llevado a varios líderes a desbordar los límites constitucionales, erosionar las instituciones democráticas y provocar prolongadas crisis políticas y sociales. Parecería que los latinoamericanos llevamos algún gen cifrado en la ambición de Poder sin límites, empero, cuatro casos muestran las constantes que hacen de estos caudillos dictadores autoritarios y egocéntricos.

El primer caso que nos interesa es el de Juan Domingo Perón, presidente de Argentina entre 1946 y 1955, y nuevamente en 1973. Inició su mandato con importantes avances sociales, como la expansión del bienestar y la mejora de los derechos laborales. A través de una retórica que dividía la sociedad en “pueblo” y “anti-pueblo”, fue sustituyendo el pluralismo democrático por la lealtad al líder. Él era la presentación insuperable del pueblo, y terminó creyéndose insustituible.

Alberto Fujimori, presidente del Perú entre 1990 y 2000, asumió con una narrativa tecnocrática que logró estabilizar la economía y controlar el terrorismo. No obstante, en 1992 disolvió el Congreso en un “autogolpe” que marcó el inicio de un régimen autoritario. En los diez años de gobierno, judicializó la política, cooptó las instituciones y se reeligió en condiciones irregulares. Huyó en el año 2000 tras un escándalo de corrupción masiva, y fue finalmente condenado por violaciones a los derechos humanos y por el uso del poder en beneficio propio.

Hugo Chávez, electo en Venezuela en 1999, articuló una retórica de justicia social con una progresiva acumulación de poder. Tras el intento de golpe de 2002, debilitó la autonomía de los poderes públicos y restringió la libertad de prensa. Desinstitucionalizó todo el Estado e impuso un régimen dictatorial. Como Perón y Fujimori terminó creyendo que sin él no había nación alguna.

Finalmente, Evo Morales comenzó con un mandato de fuerte contenido social y popular y un decidido apoyo de indígenas y clases medias. Ya sabemos la historia y su infinita ambición de Poder, su inalcanzable egomanía y su desprecio total por la democracia.

Lo que interesa notar son los elementos que distinguen este tipo de regímenes autoritarios, estos elementos podríamos resumirlos en: liderazgos carismáticos surgidos en contextos de crisis o de un profundo deterioro de los sistemas democráticos, identificación del líder con el “pueblo”, debilitamiento progresivo de los contrapesos institucionales, desinstitucionalización progresiva y erosión de las libertades civiles.  Esta la fórmula parece derivar en dictadores de diferente talla y en caudillos cuya ambición de Poder es ilimitado.

La ambición de poder que los caracteriza no fue en ninguno caso un accidente, sino la lógica inherente al populismo y al fascismo. Aunque los contextos son distintos; el populismo peronista, el autoritarismo tecnocrático de Perón, el neofascismo bolivariano y el indigenismo racializado de Evo Morales, todos ellos cruzaron el umbral que separa la autoridad legítima del poder absoluto, lo que  parece evidenciar  que, como advierte Enrique Krauze; "el caudillo latinoamericano tiende a sustituir las instituciones por su voluntad" esta es la vía por la que los caudillos del siglo XXI son devorados por una  ambición irresistible y una ceguera irreversible.

 

                                         Entre la entropía y las fuerzas en tensión

La política boliviana contemporánea puede ser comprendida con notable precisión si se la analiza a través de tres conceptos clave que alguna vez traté en este mismo medio de difusión: entropía, fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas. Estas nociones, que se formularon originalmente en la física termodinámica, las han apropiado las ciencias sociales modernas para describir procesos sociales y políticos con gran capacidad explicativa. Esto es especialmente útil en contextos de inestabilidad institucional y crisis social aguda.

  • La entropía, en este marco conceptual, alude a la tendencia natural hacia el desorden, la fragmentación y la pérdida de coherencia en los sistemas complejos. Aplicada a la coyuntura boliviana actual, se manifiesta de manera palpable en la creciente polarización política y social, así como en el progresivo deterioro de las instituciones, particularmente en el ámbito de la institucionalidad democrática. A ello se suma la profunda crisis del sistema judicial,
    minado por la corrupción, la cooptación política y la pérdida de legitimidad del actual gobierno.

    El proceso de desinstitucionalización, que ya suma más de dos décadas, ha contribuido no solo al debilitamiento del Estado de derecho, sino también a la generación de una aguda incertidumbre colectiva y desconfianza generalizada en el futuro inmediato. El resultado es un clima social en que el tejido social es cada vez más laxo y débil, los valores sociales, morales y éticos han hecho crisis y se ha apoderado de los ciudadanos altos niveles de frustración en un entorno marcado por la crisis económica, la creciente inflación y una sistemática incapacidad gubernamental.

    En el campo opositor, las fuerzas centrífugas —aquellas que tienden a la dispersión— son manifiestas y determinantes. Las marcadas diferencias de orden individual, los liderazgos fragmentados, las ambiciones personales y la ausencia de un proyecto político común, impiden la conformación de una alternativa sólida al Movimiento al Socialismo (MAS). Con escasas excepciones, cada facción opositora prioriza sus propios intereses, lo que dificulta la articulación de un frente cohesionado capaz de disputarle el poder al MAS en las próximas elecciones generales. Además, la pugna por el protagonismo y la exposición mediática agrava la fragmentación interna y confunde al electorado.

    Sin embargo, no todo está perdido: existen fuerzas centrípetas que podrían, en ciertas circunstancias, propiciar la unidad opositora. La necesidad de frenar la deriva autoritaria, defender los valores democráticos y enfrentar colectivamente los graves problemas económicos actuales podrían constituirse en puntos de convergencia. No obstante, hasta ahora, estas potencialidades no parecen ocupar un lugar prioritario en la agenda de los partidos ni en la estrategia de sus líderes, especialmente en un contexto electoral como el actual donde predomina el cálculo inmediato por encima del horizonte estratégico común, lo que, de alguna manera nos habla de un recorrido entrópico, entendiendo que todo fenómeno de ese tipo termina en el caos.

    En el oficialismo, por su parte, las tensiones internas también se han vuelto evidentes y, en algunos casos, insostenibles. Las fracturas dentro del MAS, las luchas intestinas por el control del aparato estatal y la ausencia de una renovación del liderazgo tanto como el reconocimiento del fracaso del modelo que impusieron a partir del 2006, han generado densas fuerzas centrífugas que erosionan la cohesión del bloque masista. A esto se suma el evidente agotamiento de su propuesta política, que ha dejado de ofrecer respuestas eficaces a los desafíos del presente. Sin embargo, en su interior emergen también fuerzas centrípetas, impulsadas por la necesidad de conservar el poder, blindarse ante posibles responsabilidades judiciales y mantener los privilegios acumulados durante dos décadas de administración estatal. La búsqueda de unidad entre facciones enfrentadas dentro del MAS parece sustentarse menos en una visión compartida de país y más en una estrategia de supervivencia política. En este sentido, cualquier posible alianza al interior del oficialismo dependerá más del cálculo pragmático y del temor a las consecuencias del ocaso político que vive actualmente, que de la convicción o la lealtad ideológica.

    Visto desde esta perspectiva, la coyuntura política boliviana se configura como un espacio atravesado por una constante tensión entre dinámicas de dispersión y de cohesión. Tanto en la oposición como en el oficialismo, estas fuerzas se entrecruzan, se contrarrestan y, a veces, se anulan mutuamente. La capacidad de los actores políticos para gestionar estas tensiones, construir consensos y articular proyectos políticos incluyentes y democráticos será determinante para el futuro inmediato del país.

    El panorama actual, lamentablemente, no ofrece señales claras de superación de la fragmentación ni de construcción de liderazgos capaces de afrontar los desafíos de este nuevo ciclo estatal nacional. Todo parece indicar que una lógica entrópica se ha instalado en el núcleo mismo del sistema político nacional, configurando una fase de alta inestabilidad, incertidumbre y riesgo democrático.

     

    miércoles, 5 de febrero de 2025

     SOBRE LA HISTORIA COLONIAL

    En los últimos años una frondosa veta de investigación histórica en torno a las características de la sociedad colonial ha empezado a poner en evidencia que, al menos una buena parte de todas las atrocidades que los pueblos indígenas sufrieron durante la conquista y la colonia, no fueron como hasta ahora se nos enseñó. Para sorpresa de muchos -entre ellos yo- historiadores jóvenes empezaron a notar que aquellas espantosas imágenes de una colonialidad inmisericorde y abrumadoramente criminal, no parecen ser tan ciertas, solo habría que pensar que los españoles fundaron más de 30 universidades en lo que se ha llamado territorios coloniales, y habría que agregar que las Leyes de Indias están consideradas uno de los primeros cuerpos legales que incluyeron principios de Derechos Humanos.

    Sin duda reconocer las atrocidades y el sufrimiento de los nativos es inobjetable, pero también van destacándose los logros que sentaron las bases para el desarrollo cultural, académico y político de las naciones sudamericanas. Incluso la nominación de colonias fue en gran medida un despliegue de la cultura inglesa. Según los expertos los pueblos sometidos por la corona española siempre se reconocieron como hispanos; eran territorios hispanos no colonias españolas. La explotación de los términos coloniales fue más un artificio propio de los discursos políticos más que de las narrativas históricas de los pueblos hispanoamericanos.

    Este resurgimiento de un pensamiento crítico que no está dispuesto a creerse todo lo que se le cuenta, es propio de los momentos en que grandes periodos de la historia decaen y dan paso a ciclos diferentes cuya distancia con la mitología urbana, la inventiva histórica y la demagogia política se descomponen y surgen en su lugar formas superiores de conocimiento e investigación que, en muchos casos, restituyen los verdaderos parámetros en que se movían las sociedades en el pasado.

    En todos los órdenes de la realidad e independientemente de las características culturales, económicas, sociales y políticas de las sociedades de occidente, se experimenta una revisión de los argumentos y de los relatos que sirvieron durante todo el siglo XX y parte del XXI como fundamentos históricos irrefutables y sostén indiscutible de las posiciones ideológicas que marcaron el curso de la historia. 

    En todos nuestros países una visión crítica empieza a relativizar los conceptos y los juicios de valor que daban pie a posiciones extremas, en muchos casos marcadas por un sesgo racial inadecuado para un mundo en franco proceso de mundialización. El producto de este fenómeno en gran parte generado por el propio desarrollo económico y social de nuestras sociedades, y el desarrollo tecnológico que las acompaña, se expresa en la generalizada desilusión en torno a los grandes discursos del siglo XX, la crisis terminal de las sacro santas ideologías y la descomposición acelerada de los partidos políticos. Esta explosiva combinación de factores lo menos que puede producir es la necesidad de revisar los argumentos, las justificaciones, los pretextos y los mitos que, a lo largo de las décadas pasadas, solo sirvieron para imponer regímenes e ideologías, derrocar democracias, minar los valores sociales y diezmar las instituciones, incluso, como en nuestro caso, avasallar el sistema republicano para intentar sustituirlo por un indigenismo anacrónico.

    Parece pues que estamos en las puertas de un nuevo mundo mucho más intelectualmente diverso, democrático y crítico. Esto sin duda siembra el terror entre los que viven aferrados al pasado y desde allí instrumentalizan sus grandezas y sus miserias para reconstruir ideologías que la modernidad tardía ha sepultado en el cofre de los recuerdos, o para manipular la sensibilidad social en función de sus propios intereses. Todo indica que el siglo XXI avanzará a una nueva modalidad de renacimiento, mas allá de la mediocridad que hoy nos rodea.

     

    LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

    El MAS interpreta la actual coyuntura en los típicos términos de izquierda y derecha. Arce Catacora dijo públicamente la semana pasada que las próximas elecciones serán una contienda entre la derecha y la izquierda. Esta manera de ver las cosas deja algunas dudas que nacen del propio desarrollo de la historia del capitalismo  y de la modernidad tardía, en el sentido en que, por ejemplo, si yo estoy plena y absolutamente de acuerdo con la liberación femenina, con el matrimonio gay o con la protección de la naturaleza me hacen un hombre progresista, y en consecuencia, dado que progresismo se asociaba a izquierda, un hombre de izquierda, sin embargo, si soy un radical defensor de la propiedad privada, la libertad irrestricta de prensa y de pensamiento, para los actuales “progresistas de izquierda” soy irremediablemente un hombre de derecha, es decir, hoy es muy difícil encasillar los comportamientos tanto cotidianos como políticos en los estrechos márgenes doctrinales de lo que en el siglo XX se denominaba la izquierda y la derecha. De hecho, el proletariado norteamericano es el primer defensor de las grandes corporaciones y centros de producción que les dieron un ingreso económico seguro y una estabilidad financiera duradera. En la realidad concreta del siglo XXI, los obreros están años luz de pretender suprimir a sus patrones capitalistas como sucedía desde el surgimiento del capitalismo.  Difícilmente podríamos decir que los obreros en los países capitalistas hoy en día se inscriben en los parámetros de la lucha de clases. La conciencia revolucionaria que definía la naturaleza de la izquierda ha sido sustituida por los grandes logros de la ciencia y la tecnología, y las épicas batallas hoy tienen como protagonistas centrales del desarrollo económico, social y cultural ya no harapientos obreros en guetos de pobreza, sino, ciudadanos en condominios dotados de alta tecnología. Se estima que para el año 2030, un tercio de la producción mundial estará a cargo de robots inteligentes, de esos que no hacen pliegos petitorios ni declaran huelgas ni bloquean avenidas y que trabajan hasta 24 horas sin detenerse un minuto.

    Permanecer aferrado a una concepción de la historia anclada en las derechas y las izquierdas es simplemente no haber reconocido ni una décima de la realidad que caracteriza el siglo XXI. Hasta las expresiones derivadas de esas concepciones antagónicas se han deteriorado, es casi imposible encontrar posiciones antagónicas en la dinámica socioeconómica y política de la sociedad contemporánea. Todas las grandes diferencias han sido progresivamente cubiertas por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Seguramente muchos podrían argüir, y con justa razón que el planeta esta atestado de pobres, y es lamentablemente cierto, pero la pobreza del mundo actual no genera ya ideologías porque los pobres del mundo capitalista desarrollado viven en condiciones miles de veces mejoradas en comparación a sus homólogos del siglo XVIII, por ejemplo. Lo que les preocupa ahora es propia identidad y estas no se definen por intereses de clase, sino por expectativas, necesidades y frustraciones emergentes de su diario vivir. Ya no hay obreros en el sentido del marxismo clásico, los han sustituido los ciudadanos de a pie.

    Los grandes relatos de los siglos pasados, (el capitalismo, el socialismo, el liberalismo) han dejado de ser categorías que ordenan el comportamiento social de los jóvenes actuales, hoy su comportamiento social y político está ligado a formatos diferentes; el partido ha sido sustituido por la plataforma, el manifiesto por el mensaje en tiempo real. De los grandes movimientos colectivos hemos pasado a los grandes movimientos “conectivos”  y las tecnologías del Poder están más ligadas a la inteligencia artificial que la capacidad intelectual de los lideres, (lo que por cierto ha dado resultados desastrosos en la medida en que cualquier cretino puede ser hoy protagonista de la historia)

    En medio de estas dramáticas transformaciones plantear que la situación del país pasa por decidir si me alineo con la derecha o con la izquierda es totalmente inocuo, por no decir absurdo. En las próximas elecciones cuanto puede interesarle a un joven de 18 años saber si sus expectativas son derecha o de izquierda, cuando en realidad su nivel de información lo ponen por encima de cualquier castrante tipificación. Para un joven votante lo que en realidad vale es la clara percepción de su libertad, de su independencia, de la satisfacción de sus necesidades y de la certeza de que todo lo que puede lograr depende del quantum de libertad que lo rodee, y no de unas doctrinas que hace rato dejaron de ser recetarios del destino.